sábado, 31 de enero de 2015

Personajes fantásticos, variopintos cachivaches, imposibles por conseguir y cuentos contados en la sesión del miércoles 21 de enero 2015.

Hace unos años tuve la extraña ocurrencia de imaginarme
convertido en diversos personajes de cuentos tradicionales.
Metiéndome así, como quien dice de contrabando,
en el interior de esas historias,
esperaba entender mejor el porqué
de que hayan tenido tanta difusión.
Para ello, naturalmente,
tenía que apoderarme de su verdadero sentido,
que es el tesoro oculto de todas estas narraciones.
 
Descubrí de esa extravagante manera que muchos de esos relatos
dieron en la tecla de algo que toda la especie, en secreto, deseaba hacer suyo.
No otra explicación puede tener que Alicia siga añadiendo lectores,
a los que subyuga una y otra vez meterse por los vericuetos del inframundo,
como si fuera adentrarse en las oscuras galerías del alma colectiva.
Y desde hace mucho tiempo, también con la ayuda de innumerables
ilustradores o cineastas.
 
El hecho es que cada época ha vestido a estos arquetipos con su estética,
si bien las historias han permanecido tal cual.
Pero si no queréis meteros en muchos berenjenales,
tened en cuenta solo una cosa,
no por evidente menos importante:
algo hace que esos cuentos resistan la marcha demoledora del tiempo.
Y sospechad al menos que su verdadero sentido
se aloja en la lectura segunda, o simbólica.
Así que me metí en el pellejo de esos personajes,
apurando mi propia imaginación,
y fue como escribí algunos textos que os quiero ofrecer,
por si os ayudan a acercaros al entendimiento de las historias
que se pintan en este libro.
Debido a ese artificio es por lo que alguien habla o piensa en primera persona.
 
 
Antonio Rodríguez Almodóvar.
 
 
 
 
 



 
Érase una vez, allá por Japón, cuando una niña japonesa de unos diecisiete años descubrió que tenía poderes sobrenaturales. Y para guardar su secreto, se metió a Geisha.
Tuvo entonces conocimiento de un japonés, Naoko, y una japonesa, Kamo, que estaban totalmente enamorados. Tanto que se querrían hasta la muerte.
Como símbolo de su amor, Naoko le regaló una bonita margarita de flor que se mecía en su macetero azul.
Esta Geisha se dio cuenta de que el amor entre Naoko y Kamo les tenía que durar hasta la muerte, y con sus mágicos rituales de magia blanca decidió ingeniárselas para viajar en el tiempo...
Pero no hacia el pasado, sino hacia el futuro para asegurar el eterno amor entre Naoko y Kamo.
De repente, en su intento de viajar al futuro, se encontró en el monasterio un billete de cinco euros que casualmente decía:
 
"Al final todo saldrá bien..."
 
Así que como pudo viajó al futuro y tuvo una tarde de té con Naoko y Kamo ya casados y con tres hijos...
Como eran ellos una familia más por vivir, siguió leyendo el mensaje del billete y pensó:
 
"...y si no sale bien es que no es el final".
 
Y hasta el final estuvieron Naoko y Kamo enamorados.
 
 
Rosalía.
 
Los amantes mariposa.
En mi larga historia, unas veces me ha tocado abrazar
a la muerte y otras veces al amor.
Plegando mis alas fúnebres,
he cobijado muchos cuerpos en su destino final.
Anudándome el cíngulo, he estrechado los deseos de los amantes
en su primera noche.
Pero nunca pensé que haría ambas cosas a un tiempo.
Hasta que me tocó, a mí,
el kimono blanco de las tradiciones japonesas,
acompañar a Naoko y a Kamo en su desdichada
y al mismo tiempo feliz historia.
 
 
 
Anduvo mucho tiempo perdido nuestro amigo.
Había dejado atrás a sus colegas de aventuras: el zorro comediante y el gato tramposo. Y ahora se hallaba solo: Pinocchio pensaba en todo lo que le había sucedido en su corta vida. Recordaba a su padre y creador, Gepetto.
Cuánto le añoraba. Mientras imaginaba lo vivido con el hombre que le enseñó acerca de la vida cosas básicas que debía saber: "recuerda, querido Pinocchio, estar bien siempre contigo mismo, tengas lo que tengas, rico o pobre. Es en tu corazón, hijo mío, donde se halla tu mayor tesoro".
Todavía sentía los besos tiernos de su padre creador.
En un momento dado, rebuscando entre sus ropajes, dio Pinocchio con un objeto.
Una piña, se dijo. No sabía qué hacía allí, pero se alegró de tenerla.
Bueno, me da a mí que esta piña servirá de guía a mis pasos; pensó.
Confiando en que haría lo que estuviera mejor para sí y para los demás, el chico continuó su camino.
Anduvo y anduvo. No sabía ya cuánto camino había recorrido pero sí que sus pies comenzaban a estar cansados. Entonces cayó rendido y se durmió debajo de un árbol.
La imagen de un elefante, un gran paquidermo, aparecía en su sueño.
Cuando despertó, pensó "¡qué bien me vendría un elefante como ése! Su simple compañía sería genial. Además me podría servir como medio de transporte y... Pero, bueno, ¿dónde? ¿cómo encontraré un elefante?".
También se decía: "Y tendré que hacerme su amigo, antes que nada".
Caminaba nuestro amigo por el bosque cuando encontró entre la hierba un objeto luminoso.
"Es una tiza. ¿Qué hará aquí?".
Pasados unos segundos, se dio cuenta de algo: la tiza era lo que necesitaba.
"Con ella crearé a mi elefante, ¡claro que sí!".
Y se puso manos a la obra.
Acabada su obra (lo más cercana posible a como aparecía en el sueño), pensó el chico en unas palabras mágicas que conocía de su hada. Después de pronunciarlas, ahí estaba el gran elefante cobrando vida, tal como Pinocchio había imaginado.
-Ahora amigo Duhr -así lo bautizó-, tú y yo recorreremos el mundo. Lo haremos con alegría, pase lo que pase. Todo aquel que quiera ser nuestro amigo se unirá a nosotros y haremos amigos por el camino, buenos amigos con los que compartiremos. Ésa será nuestra mayor riqueza.
Así, con alegría en su corazón, en compañía del elefante Duhr y con su piña como guía, Pinocchio continuó el camino.
 
Raúl.
 
El hada de Pinocho.
Tonta de mí. No haber previsto que con la naciente humanidad
de mi muñeco borboteaba en su interior ese otro deseo
incorregible de la viva especie mortal: el de ser libre.
Impulsado ciegamente por él, Pinocho volvió a las andadas.
Emprendió de nuevo el camino del bosque,
y otra vez se dejó engatusar -nunca mejor dicho-
por el gato tramposo y el zorro comediante,
que le hicieron creer que había un cierto lugar
donde podía sembrar su dinero como se siembran las acelgas...
 
 
 
 
Una vez que se acostumbraron a la oscuridad del interior de la barriga del lobo, Caperucita y su abuela superaron la parálisis provocada por el miedo y la claustrofobia de estar allí dentro y decidieron hacer algo para escapar o, al menos, para hacer más llevadera su estancia en las entrañas del animal.
Afortunadamente, al no haber sido masticadas, ambas conservaban todos sus miembros en perfecto estado. Es más, la abuela mantenía una agilidad y destreza envidiables para su avanzada edad lo que, sin duda, podría contribuir a la consecución de su objetivo.
Analizada la situación, habiendo investigado minuciosamente el terreno, nieta y abuela concluyeron que la única forma de salir de ahí era volando. Sólo así podrían ascender desde los burbujeantes jugos gástricos del lobo hasta su esófago, garganta arriba, para, por fin, salir por el mismo sitio por el que había entrado hacía ya demasiado tiempo: la boca del lobo. Expresión coloquial que en el caso de ellas era literal.
Buscaron ayuda en alguno de los objetos de los miles ya deglutidos que se arremolinaban en el estómago del feroz depredador. Por lo que pudieron comprobar, el lobo no solo las había engullido a ellas dos, también a todo lo que se le pusiera por delante.
Encontraron de lo más variopintos cachivaches, que permanecían aún intactos a la digestión del animal, igual que ellas.
Un San Pancracio dorado y un reloj de bolsillo, aparentemente de plata fueron los dos objetos que rescataron de entre todos ellos.
-¿Y cómo vamos a volar con esto, abuela? -le preguntó Caperucita, desesperanzada.
-Con fe y tiempo, querida -respondió ella de inmediato-. Fe en San Pancracio y todo el tiempo que le sobra a este reloj -añadió mientras inspeccionaba ambos objetos.
Caperucita pensó que su abuela acababa de volverse loca por lo disparatado de su contestación pero, no obstante, sintió que ella también necesitaba aferrarse a alguna posibilidad de salvación, por absurda que ésta fuera.
A fin de cuentas, antes de haber sido engullidas por el lobo, cuando vivían en el mundo exterior, la fe -si se le quiere llamar así, aunque Caperucita prefería otros calificativos como ilusión o tenacidad- y el tiempo -las horas, los días, meses, que había invertido tras aquellos objetivos que se había ido proponiendo- habían sido pilares fundamentales en su vida.
Quizá su abuela no estuviera diciendo ninguna tontería.
-Pero... abuela... -titubeó antes de peguntar- ¿cómo puede ayudarnos a volar algo tan abstracto como la fe y el tiempo?
-¿Acaso volar te parece algo palpable? -respondió, tajante.
Caperucita se quedó pensativa. Sabía que las palabras de su abuela encerraban siempre gran sabiduría. Después de un rato, le dijo:
-Sí, abuela, pero en este caso el tiempo nos juega en contra. Cuanto más tardemos, menos posibilidades tendremos de sobrevivir. Si nos demoramos demasiado acabaremos derretidas por el ácido de los jugos gástricos.
-Sólo tienes en cuenta el reloj, querida -sentenció la abuela-. No olvides la fe en San Pancracio.
Caperucita volvió a callar por no saber qué responder ante semejante afirmación. Seguramente, por su juventud, ella era más racional y práctica que su abuela. Y más impaciente, por eso le enervaba tanta parsimonia.
-No creo que con fe puedas volar, abuela -dijo finalmente, irritada-. Yo voy a buscar otras alternativas para poder volar y salir de aquí.
La abuela no dijo nada.
Caperucita rebuscó nuevos objetos: encontró una piña, un colgante de un elefante, una margarita de plástico y hasta un billete de cinco euros en el que había escrita a bolígrafo una frase que decía: "Al final todo saldrá bien. Y si no sale bien es que no es el final".
Qué oportuno, pensó la pequeña, pero qué poco útil también.
Durante días, Caperucita siguió buscando y rebuscando en el vertedero estomacal del lobo ya que seguían apareciendo nuevas cosas que el animal engullía ansiosamente. Encontraba de todo menos lo que verdaderamente necesitaba: unas alas.
¡Claro! ¡Eso era lo que de verdad le permitiría volar! ¡Unas alas! ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
Enfadada, triste y bastante desesperada ya, regresó a donde estaba su abuela pero ya no la encontró. Temió que hubiera muerto. Se echó a llorar hasta que, de repente, escuchó a lo lejos una voz que parecía estar llamándole.
Era la voz, la voz de su abuela, la inconfundible voz de su abuela.
Miró para arriba y la vio allí, y lo más increíble de todo es que estaba volando, volando a sus anchas alrededor de las paredes del estómago del lobo, a salvo.
-Querida nieta -dijo desde lo alto-, no te preocupes, algún día tú también podrás volar. Mientras, yo te estaré esperando aquí sin prisa, con todo el tiempo del mundo, y confiada, con fe en que lo conseguirás.
 
 
Javi.
 
 
La abuela de Caperucita.
Después de todo, no se está tan mal en la barriga del lobo.
Teniendo en cuenta que he sido engullida,
es decir, no masticada, quiere decirse que más tarde o más temprano
alguien me sacará de aquí.
O sea, que todo esto no es más que una representación
del animal totémico, que da forma a la cabaña donde entran los iniciados
y salen hechos unos hombrecitos.
Lo que no se explica es qué pintamos Caperucita y yo entrando y saliendo
de la boca del lobo.
Ni qué pinta el cazador, abriéndole la barriga y recargándola de piedras,
lo cual pertenece a otro cuento,
el de los siete cabritillos.
Y no les cuento que en la verdadera historia de Caperucita
había un gato que advertía a la niña de que lo que estaba en la cama
no era precisamente su abuelita.
O sea, que en realidad se trata de un cuento
mucho más complejo de lo que parece,
y donde lo único que está claro es que
las niñas deben tener cuidado de no irse con cualquiera.
¿Y para eso tanto lío?
 
 

 
 
 


 
 
 

lunes, 19 de enero de 2015

Memoria de la sesión del miércoles 14 de enero 2015.

 
Estas son las imágenes con las que trabajamos en la última sesión del Taller de Creación Literaria de FAEM:
 
 
Imagen 1.

Imagen 2.

Imagen 3.

Imagen 4.
 
Imagen 5.
 
Imagen 6.
 
Imagen 7.
 
Imagen 8.
 
Imagen 9.
 
Imagen 10.
 
Imagen 11.
 
Imagen 12.
 
Imagen 13.
 
 
Se trataba de, a partir de ellas, escribir una pequeña historia. Temática, extensión y estilo libres. Cada participante eligió dos de ellas, las que más le gustaron o le llamaron la atención y les puso una palabra a cada una, según lo que la fotografía le evocara.
Después fuimos explicando porqué habíamos cogido las imágenes que cada uno había elegido y porqué le había evocado la palabra que había escrito para cada una de ellas.
Pusimos en común las palabras de todos, y el resultado fue:
 
JOSE LEÓN (Imágenes 5 y 8): Relajación y Juego.
MIGUEL ÁNGEL (Imágenes 4 y 7): Pasión y Ternura.
IGNACIO (Imágenes 2 y 6): Inocencia y Maternidad.
ROSALÍA (Llegó más tarde e hizo la dinámica con las palabras de todos; pero las de ella no pudieron incluirlas los demás porque se fueron antes de que las pusiera; eligió las Imágenes 5 y 13): Fisiológico y Picardía.
JAVI (Imágenes 2 y 13): Pureza y Osadía.
 
 
RELAJACIÓN - JUEGO - PASIÓN - TERNURA - INOCENCIA - MATERNIDAD - FISIOLÓGICO - PICARDÍA - PUREZA - OSADÍA.
 
Las historias tenían que incluir las palabras de todos. El resultado fue:
 
 
"Todo parecía un juego. Como cuando éramos niños. Nada alteraba la relajación de la infancia en esos momentos tan especiales, marcados por la osadía y la ternura.
Todo envuelto en ese halo de inocencia que hacía que esa osadía lo fuera aun más, porque esa osadía llena de pureza, sin estar contaminada por ninguna clase de prejuicios que más adelante se irían aposentando en nuestras ahora infantiles cabecitas.
Ternura, osadía, pasión, pureza y juego. Palabras que definen la infancia, la ternura de los sentimientos puros, la osadía de quien está descubriendo el mundo, la pasión de quien empieza a vivir, la pureza de la libertad y la inocencia, y el juego como modo de relacionarse.
El juego de la vida, ése que cada vez va teniendo más reglas..."
 
Jose León.
 
"Una joven llamada Eloísa tocaba, como cada mañana su violín, instrumento lleno de sonidos de increíble pureza, sutiles al oído de la apreciación de un mendigo, que estaba a su lado, pidiendo para subsistir, un digno y humilde hecho verídico que no resultaba indiferente para las personas que se paraban en multitudes como si fuera lo que era en realidad: un acto de divina ternura.
Lo que se podría considerar para algunos un acto de osadía por parte de desinteresados que suele pasar muy a menudo y que para apreciar este noble hecho, un músico experimentado y prepotente que pasaba por allí lo consideraba un juego debido a su insensibilidad, por pecar de aires de grandeza, prestigio y perfeccionismo.
Muchas personas que todos los días coincidían con la violinista apreciaban sus melodías como si se tratara de un acto como lo es en el sentimiento y lo describiría como la maternidad, esa inocencia de la que muestra una madre por su hijo, pura e indiscutible."
 
Miguel Ángel
 
 
"La inocencia de los niños es impagable. Ellos todo lo ven con una ternura que nos desborda, haciéndonos añorar la nuestra perdida por el paso de los años.
Y la maternidad reúne en una todas las virtudes que anteriormente hemos enumerado, demostrándonos con su pureza la relajación que nos hace experimentar la vida como un juego de pasiones y ternura ilimitados."
 
Ignacio.
 
 
"Estaba yo haciendo un juego de pasión fisiológico y me quedé en estado.
Con mucha picardía, a los dos meses se lo conté a mi pareja y él, con mucha picardía, me dijo "qué buen juego".
Sé que se me acabó la pureza y tuve la osadía de quedarme embarazada, eso que en mi mente me decía que en unos meses llegaría a mí la pureza de mi bebé, con su ternura, su inocencia y a mí con lo más importante en mi vida que sería mi maternidad.
Pero también pensé que con mi bebé iba a tener poca relajación."
 
Rosalía.
 
 
"Su abuela no terminaba de entender el juego de su nieto.
Dotes artísticas tenía sin duda, eso sí era evidente.
Un poco cursi para su gusto por el tema de los corazoncitos pegados en la pared, pero bastante efectista y original por la disposición del decorado y por los materiales que el niño había utilizado para crear el particular telón de fondo de su extraño juego.
Jugaba, además, con una insólita pasión para un niño de su edad, cuidando obsesivamente hasta el más mínimo detalle.
La abuela le dejaba hacer, supervisando con disimulo por el rabillo del ojo cada una de las acciones que iba ejecutando el pequeño artista.
Le producía mucha ternura la pureza de su actitud que, no obstante, escondía también algo de osadía. Haberle pedido unas bragas rojas para travestir a su osito de peluche y un lazo rosa para anudarlo a su cuello evidenciaba amaneramientos de la criatura que ella intentaba ignorar.
Ya crecerá y aprenderá a ser más hombre, se consolaba pensando.
De la relajación inicial, la abuela pasó a cierto nerviosismo cuando vio que su nieto se arrodillaba frente al peluche ofreciéndole una rosa y pidiéndole matrimonio.
-Abuela, quiero que seas mi madrina de boda -le dijo el pequeño, mientras ella contemplaba la escena estupefacta.
Lo habría achacado a la inocencia de la infancia si no fuera porque era la cuarta vez en la misma semana que el niño hacía algo parecido.
El lunes jugó a la maternidad, haciendo como que era él quien paría al osito de peluche. El martes decía que el oso era su hermano mayor y el miércoles aseguraba que el juguete era el espíritu reencarnado de su difunto abuelo.
-¿Por qué no juegas a algo más normal? -le preguntó ella, preocupada.
-Porque no termino de entender qué significa "normal", abuela."
 
Javi.
 
 
Después, reescribimos los textos contando lo mismo, pero cambiando cosas en la forma en que los habíamos redactado. A Jose León, por ejemplo, se le propuso que lo narrara como un diálogo entre los dos niños, de una forma menos reflexiva y más descriptiva; a Miguel Ángel que en lugar de un narrador en tercera persona que se implica en la historia lo hiciera pero como si quien lo contara sintiera rechazo por lo que está contando (está pendiente de terminarlo, cuando lo haga subiremos su texto también aquí). Ignacio convirtió su reflexión personal en un tema de conversación entre dos mujeres que se encuentran en el autobús, Rosalía cambió su narración en primera persona con una historia contada por un narrador omnisciente y cuya protagonista se llamara Gumersinda y Javi tuvo que usar la forma epistolar, como si la abuela le escribiera a su hija tras haber estado cuidando del nieto.
La cosa quedó así:
 
"JUANITO: -¿Qué haces?
ALBERTITO: -Nada.
JUANITO: -¿Cómo que nada?
Albertito no quería jugar con Juanito.
Juanito estaba triste. Quería ser su amigo, pero no sabía por qué Albertito pasaba de él.
Juanito era muy inocente, pero Albertito sin embargo tenía cierta maldad innata que a saber de dónde habría salido.
Albertito era egoísta. Su camión de bomberos que le habían traído los reyes era para él solo. Albertito nunca jugaba con nadie. En el colegio siempre estaba en una esquina, con algún muñeco o absorto en sus pensamientos. A saber qué tenía en su cabecita. Cuando algún compañero o compañera le importunaba había veces que llegaba a agredirle y acababa por supuesto castigado.
Sus padres ya no sabían qué hacer y acudieron al psicólogo. Éste pronto tiró la toalla y lo derivó al psiquiatra, que echó mano del Vademécum y lo atiborró a pastillas.
Desde entonces, Albertito ya no pegó nunca a nadie más, pero toda su vida seguiría solo."
 
Jose León.
 
 
"Venían dos mujeres en el autobús e iban comentando las opiniones que tenían sobre la situación de los niños y su entorno en el momento de hoy.
Sobre todo cómo afrontaban la maternidad las madres de los niños que iban a la escuela y de cómo los maestros tenían la obligación de encauzarlos por un camino de buenas intenciones y educación con los demás y con uno mismo, ellos con sus inocentes juegos demostraban su ternura y su inocencia provocándoles una relajación que les hacía sentirse bien con pasión por vivir y ternura hacia los demás."
 
Ignacio.
 
"A Gumersinda le encanta hacer juegos de pasión fisiológicos y de repente se queda en estado. Ella con su picardía a los dos meses se lo cuenta a su pareja y él con mucha picardía le dice "qué buen juego".
Sabe que se le acaba la pureza y tuvo la osadía de quedarse embarazada, ese que en su mente le decía que en unos meses le llegaría a ella la pureza de su bebé, con su ternura, su inocencia y lo más importante de su vida: "su maternidad". Pero también pensó que con su bebé iba a tener poca relajación."
 
Rosalía.
 
 
"Hola hija,
No te he querido decir nada antes por no preocuparte, pero es el cuarto día que Ramoncín hace cosas raras y creo que deberías saberlo para que tomes alguna medida.
No tiene porqué tener nada de malo que el niño tenga un juguete preferido. Es normal. Tú te pasaste de los cuatro a los siete años durmiendo pegada a aquel horrible caballo de plástico. Pero tú nunca quisiste casarte con él, ni me pediste a mí que fuera vuestra madrina de boda. Al menos que yo recuerde, porque la verdad es que cada vez me falla más la memoria.
Y, bueno, tampoco le habría dado mayor importancia si hubiera sido algo aislado pero es que el lunes estuvo diciendo que él era la madre del osito y se puso como hasta de parto. Una cosa muy rara.
El martes, en vez de su hijo, decía que el osito era su hermano. ¿Qué te parece?
Os tengo dicho que deberíais darle un hermano, que no es bueno que el niño se críe como hijo único.
Y el miércoles, ya como remate, decía que el oso era el espíritu reencarnado de tu padre. Y hoy, lo que te digo, que se quiere casar con él.
Que qué es lo normal me pregunta el crío cuando le digo que juegue a juegos normales. A ver si tú eres capaz de explicárselo para que no empiece a ponerle bragas y lacitos rosas a los peluches en el cole o delante de la gente."
 
 
Javi.

 
 
 
 

domingo, 11 de enero de 2015

SLAM

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Chicos, os dejo un enlace de algo precioso que oí hace unos años.
Saludos desde una isla.