Los miércoles son extraños, extraños pero divertidos.
El despertador suena sobre las ocho, sobre las ocho y cinco, sobre las ocho y diez, sobre las ocho y quince, sobre las ocho y veinte…y acabo levantándome sobre las nueve, porque a las nueve menos cuarto suelo estar soñando que vivo en una isla paradisíaca llena de pequeños monitos y que tengo un estudio luminoso donde pintar y escribir.
Me levanto tosiendo onomatopeyas, pero con ganas, y de pronto, como si Tamariz me hubiera dado su último soplo de aire, de entre mis bostezos emerge un enorme bocadillo blanco y pienso: “Soy una perífrasis, no puedo seguir así”. Y justo luego emerge otro y entonces pienso: “O sí”.
Miriam Fraga.
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