PARAÍSO INFERNAL
La conocí en un prostíbulo de medio pelo, pero era un ángel. Un ángel de piel negra y procedencia amazónica. Yo bajaba con una rubia espectacular con la que estuve follando media hora sin parar y aún nos quedamos los dos con ganas. Era una auténtica profesional y encima disfrutaba con su duro oficio. “Lo coño en la polla” decía que le gustaba. “Lo coño en la polla”, es decir, llevar el mando, controlar la situación. Sentirse poderosa, dueña de su cuerpo y de su voluntad.
Bajando esos escalones malditos, su moreno de cabellera y de ojos hechizó mi mirada. Su pelo rizado enmarañado era tan salvaje como sus marcados rasgos indígenas. Me lanzó una mirada de desprecio que interpreté como celos, no sé si profesionales o personales, y que me congeló la sangre, al mismo tiempo que aceleró mi intimidado corazón.
Volví lo más pronto que pude con la cartera llena y el único deseo de encontrarla y, por supuesto, poseerla. Un deseo que palpitaba cada noche en mi entrepierna.
La elegí, entre otras bellezas exóticas que ya no podían impresionarme, pagué por ella la cantidad estipulada, por su cuerpo y su tiempo, mejor dicho, y me tomó de la mano escaleras arriba, contorneando a ritmo de samba sus firmes nalgas delante de mis narices.
Era menuda, pero con una presencia enorme, infinita. Simplemente le dije: “Tu cara es preciosa, déjame ver ese cuerpecito”. Sólo con sus movimientos, me daba cuenta de que su juventud era tan arrolladora como su madurez. Empezó a desprenderse de su corpiño de encaje y su minifalda de terciopelo, ambas cosas de negro azabache.
Negro ardiente bajo una abrasadora luz roja.
Se movía delicadamente, como una mariposa nocturna, y me mostró primero sus pechitos de chocolate con alta concentración de cacao en sus morenos pezones, suu arrugado e incluso antiestético vientre materno y, finalmente, su poblado pubis, su coño ancestral y primitivo. El origen de la vida misma. La puerta de entrada al paraíso infernal.
Se acercó hacia mí, tumbado boca arriba en la cama, observando en el espejo que colgaba del techo el reflejo de mi pene, más crecido que nunca, con una erección volcánica. Se echó encima mía casi por sorpresa, con un movimiento felino propio de una gata salvaje. Salvaje y negra toda ella, camuflada en la oscuridad de su noche cómplice.
Comenzó a besarme frenéticamente con unos labios inmensos rojos, más rojos que cualquier pintalabios rojo, una boca donde cabía entera mi mandíbula. Era como si quisiera devorar todo mi ser de un solo bocado. Bajó entonces hacia mi poblado pecho, recorriendo con su juguetona lengua toda mi geografía, un mapa de estímulos sin límites conocidos. Mis pezones, durísimos, hervían bajo el arrecife de sus dientes de coral; mi vientre subía y bajaba desbocado al ritmo de mi respiración entrecortada y el suave roce del aliento de su delicada nariz. Mi polla parecía querer salir de sí misma y de repente encontró su boca, o quizá fue al revés, pero eso daba exactamente lo mismo, una cueva de placer sin fin, un océano donde desembocar mis ríos torrenciales.
Luego se colocó sobre mí a horcajadas y comenzó a cabalgar como una yegua asustada. Sus caderas parecían desencajarse por la locura imposible de sus movimientos. Gemía de placer y yo no podía concentrarme ni en aguanntar al máximo la eyaculación. Saltaba y botaba sobre mí cada vez más alto y yo la lanzaba más y más arriba, sosteniendo con mis brazos su peso pluma. ¡Volando! ¡Estoy
volando!, gritaba. Yo ni siquiera la oía, porque lo único que podía hacer era sentir.
Me corrí estremecido y nno habían pasado ni cinco minutos desde la penetración, pero ella relamió toda mi blanca, viscosa y espesa nieve, hasta la última gota, y mantuvo bien firme mi miembro. Se insinuó a cuatro patas y me ofreció su agridulce fruto de El Dorado, que chupé profundamente y absorbí hasta quedarme con la boca seca, oyendo sus sordos gemidos.
Empujé con fuerza y ella gritaba de placer, pero parecía de dolor. Le di la vuelta bruscamente, incluso con cierta violencia, me metí sus senos enteros en la boca, tratando de exprimir toda su esencia y beberme su cuerpo a través de sus cálidas tetas.
Finalmente, habiendo perdido ya la noción del tiempo y de nosotros mismos, caímos agotados, sudorosos, abrazados y fundidos como una aleación orgánica de metal.
En ese mismo instante, ambos supimos que nos amaríamos toda la vida. Incluso aunque nunca nos volviéramos a ver.
Y nos lo dijimos con una fugaz mirada eterna.
Por Jose León
Blog del Taller de Escritura Creativa impartido en FAEM por Miriam Fraga Rodríguez y Javi León Fdez de la Puente.
miércoles, 10 de junio de 2015
miércoles, 13 de mayo de 2015
Amor amor amor.
El primer beso o Eros y Psique infantes, de Adolphe-William Bouguereau.
Hace muchos años, existió un reino de Grecia donde estaba el santuario en el que se rendía culto a la diosa de la belleza, Afrodita. Hasta allí acudían peregrinos de todas las partes del mundo para visitarlo y admirarlo.
El nacimiento de Venus (Afrodita), de Sandro Botticelli.
Un día, los reyes de aquel lugar tuvieron una hija a la que llamaron Psique. Era la niña más bella que nunca nadie había visto antes.
Conforme iba creciendo la princesa, su belleza también aumentaba; y con ella, la admiración que todos los habitantes del reino sentían por ella.
Tal era la admiración que despertaba que llegó a crear celos en el corazón de Afrodita, que veía peligrar su puesto de honor como diosa de la belleza.
Y no era para menos porque el número de visitas que recibía su santuario habían descendido notablemente porque la gente ahora prefería ir al palacio para deleitarse con la belleza humana de la joven princesa.
La diosa Afrodita, viendo esto desde el Olimpo, encolerizó y decidió tomar represalias contra su mortal competidora. Para ello, dio a Eros, dios del amor, unas instrucciones muy precisas: "Haz con tus flechas que Psique se enamore perdidamente del más horrendo de los monstruos".
Con el paso de los años, la princesa empezó a sufrir las consecuencias de su belleza: si bien todo hombre que la veía la admiraba, ninguno se atrevía a pedir su mano. Porque, como bien es sabido, la admiración es vecina del temor.
Así, mientras sus dos hermanas ya se habían casado, ella seguía soltera. Fue por eso que sus padres, preocupados, decidieron pedir consejo al Oráculo de Apolo, sin saber que sus indicaciones obedecerían a las órdenes de Eros.
-Vuestra hija -le dijo a los sufridos padres -está destinada a casarse con un ser que haría temblar de miedo hasta al mismo Júpiter. Sin embargo, no podéis escapar a los designios de los dioses y antes de que amanezca un nuevo día tendréis que llevar a vuestra hija a la parte más alta del monte y despediros de ella para siempre, porque su destino ya está escrito.
Llenos de dolor, los padres de Psique no tuvieron más remedio que obedecer a sus órdenes y, entre lágrimas, vistieron a su hija con ropas nupciales y la condujeron al lugar indicado.
La joven Psique, con gran entereza, esperó paciente al encuentro con su desdicha.
Fue entonces cuando llegó la suave brisa de Céfiro, dios del viento, y la transportó a una hermosa llanura floreada y con un estanque, arriba de la cual había un magnífico castillo.
Céfiro transporta a Psique, de Pierre Paul Prud´hon.
Una voz muy dulce, casi como un susurro, la invitó a entrar en él. La condujo a tomar un baño y le ofreció una suculenta cena.
Psique no sabía de dónde procedía aquella misteriosa voz, pero supuso que sería de aquel monstruo tan horrible con el que debería contraer matrimonio, así que, sumisa, obedeció a todo.
Después de la cena, la voz le indicó dónde estaba su dormitorio y ella, cansada de tantas emociones, se acostó sin pensárselo dos veces.
Cuando estaba a punto de quedarse dormida, sintió una respiración muy cerca de su cuello. Intentó girarse para ver a quién pertenecía, pero fue inútil porque la habitación había quedado completamente a oscuras.
Aún así, se dejó hacer, camelada por los dulces susurros y las suaves caricias, costándole creer que provinieran de un ser tan monstruoso como el oráculo había pronosticado.
Por eso le pidió a su enigmático amante que le dejara ver su rostro para saber quién iba a ser su marido. Éste, al oír aquello, se alejó rápidamente de ella y le dijo:
-No puedo mostrarte mi rostro porque te horrorizaría. Tienes que prometerme que nunca jamás intentarás vérmelo; por eso, yo solo estaré contigo por las noches y, al alba, antes de que salga el primer rayo del sol, desapareceré para volver de nuevo a tu lado cuando anochezca. Aquí no te va a faltar de nada, vivirás con todos los lujos y comodidades que puedas imaginar, pero solo con esa condición. Nunca, repito, nunca, intentarás ver cómo soy.
Y así sucedió. Cada noche, cuando el sol se escondía, el misterioso marido acudía a la cama e Psique y la poseía; y cuando la joven se despertaba, se encontraba otra vez sola.
![François-Éduard Picot - Cupid and Psyche [c.1817] by Gandalf’s Gallery on Flickr.](https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/736x/c0/ac/3d/c0ac3db2519872390fa5a8d81f0c91d1.jpg)
Eros y Psique, de François-Éduard Picot
Una noche, la muchacha le confesó que los días se le hacían muy largos, sola en aquel inmenso y espléndido castillo y que echaba mucho de menos a su familia.
Él, incapaz de negarle nada a su mujer, aceptó que recibiera la visita de sus hermanas, aunque en el fondo de su ser sentía que aquella decisión, antes o después, se volvería en su contra.
Al día siguiente, llegaron las hermanas. Inquietas por saber cómo le iba casada con aquel monstruo del que les habían hablado, no dudaron en preguntarle.
Ante esto, Psique respondió con evasivas.
No obstante, viendo el lujoso castillo en que vivía y el buen aspecto que tenía la joven, sus hermanas dejaron de sentir lástima por ella, imaginándola desgraciada, y partieron de la visita envidiosas de su felicidad. Y la envidia es mala consejera.
Por eso, la próxima vez que fueron a visitarla al castillo, sembraron en ella la duda:
-¿Cómo puedes convivir con un hombre que no te permite verle la cara? Recuerda que el oráculo dijo que sería el más horrendo de los monstruos...
A ojos de las hermanas, estaba claro que aquel hombre escondía algo más que un rostro espantoso; por eso, le aconsejaron que esa misma noche escondiera debajo de la cama una lámpara de aceite y un cuchillo, para defenderse en caso de una reacción violenta por parte de su marido.
Como siempre, aquella noche el marido se comportó apasionado y fogoso; pero esta vez Psique consiguió que se durmiera antes que ella.
Aprovechando tal situación, cogió la lámpara de aceite que había escondido debajo de la cama, la encendió y la acercó a su compañero de cama.
Cuál fue su sorpresa cuando le iluminó y vio que aquel no era el rostro de un monstruo. Todo lo contrario, era el rostro de un ser bellísimo, tan bello como el de un dios.
Psique descubre el rostro de Eros, de Nicolas de Courteille.
Asombrada por descubrir que el hombre con el que había estado compartiendo lecho todos esos días era el mismísimo Eros, dios del amor, se puso nerviosa y el pulso le traicionó haciéndole tambalear la lámpara en su mano y derramando el aceite caliente sobre el hombro de su compañero, lo cual, claro, le despertó de su sueño.
Al ver traicionada su confianza, Eros, enfurecido y decepcionado, le dijo a su esposa:
-Llora, sí. Yo desobedecí a la diosa Afrodita, me deshice de la venda que me puso en los ojos para no poder ver tu belleza, desposándote cuando me ordenó que te hiciera enloquecer de amor por el más horrible de los monstruos y, a cambio, solo te pedía que no intentaras desvelar mi identidad. Tampoco yo pude resistirme a tu hermosura y te amé, pero el amor no puede vivir sin confianza, y tú me has traicionado. Ahora el castigo será perderme para siempre.
Y así fue. Psique se quedó completamente sola en el castillo, ahora también por las noches. Desesperada, se echó a recorrer el mundo entero en busca de su amor perdido.
Mientras tanto, Eros había regresado al lado de la diosa Afrodita y, arrepentido, le había contado todo lo ocurrido. Ésta, enfurecida, decidió tomarse la venganza por su propia mano y trazó un malévolo plan: con el pretexto de curarle la quemadura del hombro, encerró a Eros bajo llave y esperó a que Psique acudiera a ella en busca de ayuda.
Y, efectivamente, así fue. La joven, después de haber visitado los templos de todos los dioses y no haber obtenido respuesta, fue a visitar a la diosa Afrodita.
Ésta le dijo que si de verdad quería recuperar al amor de su vida, tendría que superar una serie de pruebas.
La primera prueba consistía en tener que separar diminutas semillas de distintas especies de entre una inmensa montaña, en tan solo un día.
Parecía imposible, pero tanto empeño puso la joven y tan amargamente lloró por ver que no podría conseguirlo, que despertó la compasión de las hormigas del lugar y consiguió que le ayudaran a hacerlo.
Afrodita, al ver la prueba superada, decidió imponerle otra aún más difícil: mandó a la joven a un valle dividido por un arroyo donde tendría que esquilar a todos los carneros que pastaran por allí.
La cantidad de carneros era tan enorme que el primer impulso de Psique fue rendirse y tirar la toalla, pero, de repente, un fauno que andaba por allí, le dijo que no se preocupara, que no tenía que ir cazándolos uno a uno para hacerse con su lana, sino que bastaba con hacerlos pasar por unos arbustos que había allí y después recoger la lana que se quedaría enganchada entre sus espinas.
La muchacha le hizo caso y, de esa manera, consiguió también superar esa segunda prueba.
La diosa Afrodita no cabía en su asombro cuando recibió toda la lana que le había solicitado; pero tenía reservada aún una prueba que sabía que no podría vences.
En esta tercera prueba. le mandó descender al Inframundo para que recogiera una caja que tenía la diosa de las Tinieblas.
Sabiendo el riesgo que eso suponía, Psique se armó de valor y bajó a las profundidades, donde las sombras de los muertos transitan en fúnebre cortejo. Tras atravesar un largo túnel, llegó al río de la muerte, donde tuvo que pagar una moneda al barquero Caronte, encargado de transportarla en su barca hasta la otra orilla.
Caronte y Psique, de Spencer Stanhope.
Allí, fue recibida por Cérbero, el feroz perro de tres cabezas; y, después, por fin, llegó al palacio de la diosa de las Tinieblas. Ésta le dio la caja solicitada sin oponer ninguna resistencia. Solo le dijo:
-Tienes que portar la caja con sumo cuidado, porque en su interior se alberga parte de la belleza de la diosa Afrodita.
En el camino de regreso, sin embargo, Psique estuvo tentada de abrir la caja y coger un poco de la belleza divina, preocupada porque las preocupaciones de los últimos días la hubieran afeado. Pensó que no pasaría nada por abrirla solo un poco.
Psique abriendo la caja, de John William Waterhouse.
Sucedió entonces que, en lugar de la belleza, lo que albergaba la caja era un profundo sueño que sumió a Psique en un estado casi de muerte.
Suerte que para entonces, Eros había escapado de la prisión en la que Afrodita lo había metido y había decidido salir en busca de su esposa, porque se había dado cuenta de que, a pesar de la traición, aún seguía amándola y de que no podía vivir sin ella.
Fue entonces cuando Eros halló a su amada allí tumbada, sumida en aquel profundo sueño, junto a la caja. Comprendió lo que había sucedido y la gran valentía que Psique había demostrado descendiendo al Inframundo, e hizo lo que solo el poder de un dios podría hacer: la redimió de su condena e introdujo de nuevo el sueño dentro de la caja, haciéndole despertar.
Eros encuentra a Psique, de Anton Van Dyck.
Eros y Psique, de Antonio Canova.
La diosa Afrodita, ajena a todo esto, solo vio que Psique había regresado con la caja que se le había encomendado; así que no tuvo más remedio que reconocer que había demostrado el valor suficiente como para seguir siendo la mujer de Eros y, como tal, digna de probar la ambrosía que la haría inmortal y que le permitiría vivir en el Olimpo, junto a su amor y al resto de dioses para toda la eternidad.
Las bodas de Eros y Psique, de François Boucher.
Así fue como la pareja por fin pudo vivir en paz y armonía por el resto de sus días. Ahora Psique se convirtió en la diosa protectora de las almas humanas que, según los griegos, al morir y separarse del cuerpo, toman la forma de una mariposa nocturna.
Y es por eso que. aún hoy, podemos ver en las noches de verano a las mariposas revoloteando alrededor de las lámparas. Dicen que es la propia Psique que todavía, a veces, busca desesperadamente al amor que una vez estuvo a punto de perder por culpa de esa luz.
Suerte que al final comprendió que la base de toda relación amorosa es la "confianza ciega" en otra persona.
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Contado, analizado y comentado el mito de Eros y Psique, hicimos una lectura grupal del álbum ilustrado "Dos personas", de Iwona Chmielewska; editado por OCEANO Travesía.
Y los textos que nos salieron fueron estos:
El amor, señores, no es más que una reacción físico-química de ambos cuerpos que es maravillosa.
La física nos atrae y la química se nos sube a la cabeza, perdiendo toda noción de realidad, haciéndonos creer que el amor espiritual existe.
Nos hacen creer que el amor es una unión cósmica.
El amor no deja de ser magia, lo acepto, pero como todo vulgar truco de magia, tiene explicación. Que no final.
Y por tener explicación no deja de ser fantástico y no va a dejar de hacernos sentir únicos.
NANI.
Entre el interior y el exterior.
Una llave abre una cerradura.
Dos muros distintos se aparecen con dos ventanas.
Dos relojes de arena dicen que el tiempo tiene que pasar apaciblemente.
Dos libros dicen que dos personas pueden tener que entenderse entre el hecho de que pueden ser dos islas con características distintas pero relacionadas.
Dos árboles recuerdan resignadamente que lo que muere puede volver a nacer.
En el exterior todo recuerda que lo que parecía asemejarse puede ser influido de maneras distintas, al mismo tiempo que no se sabe todo lo que en el presente está pasando.
ALFONSO.
Diálogo de besug@s enamorad@s.
-Quiero una pareja para compartir achaques y pastillas.
-Yo el puchero. No sé cocinar para mí solo.
-Pero el amor es ciego.
-¿Por qué es ciego? ¿porque no ve?
-Sí. No ve a su pareja. Si se quita la venda todo se va a la mierda.
-¿Por qué?
-Porque empieza a ver.
-Querer sin ver.
-Amar ciegamente. Que es lo mismo, pero dicho en bonito.
-¿Me quieres?
-¿Y tú a mí?
-Yo he preguntado antes.
-Y yo después.
-Ya estamos con el contigo pero sin ti...
-A veces te odio.
-Yo a veces te adoro.
-¿Y hoy? ¿qué sientes por mí?
-Hoy es de esos días en los que no sé si acercarme más a ti o alejarme para siempre.
-Solo tienes que quererme.
-¡Si supiera cómo!
-No hay manual de instrucciones.
-Y si lo hubiera seguramente ni te querría, ni te aborrecería, ni daría la vida por ti ni tendría deseos de estamparte contra la pared. Solo me producirías indiferencia.
-No, eso no, por favor.
-Te quiero.
-Y yo a ti.
-¿Cuánto?
-Eso no se mide.
-Pero se demuestra.
-Con hechos, no con palabras.
-Las palabras se quedan huecas.
-Y los sentimientos rebosan.
-¿Hasta cuándo?
-Eso nadie lo sabe.
-¿Sientes que para siempre?
-Hoy sí. Mañana no sé.
-Mañana no existe.
-¿Entonces?
-Te quiero. Hoy. Ahora.
-Y yo. En este momento.
JAVI.
martes, 5 de mayo de 2015
María. Venganza.
Miriam propuso una dinámica grupal de creatividad literaria, en la que a cada uno/a de los/as participantes se nos asignó escribir una parte de un relato (el principio, el final, el nudo, el conflicto...); a partir de unas pautas que fueron saliendo espontáneamente.
Las principales fueron que el personaje central era femenino, se llamaba María y que la trama central debía girar en torno a las palabras 'venganza', 'recelo', 'desconsideración'...
Palabras llenas de connotaciones negativas que tanto a cuerdos/as como a "no cuerdos/as" despiertan ideas oscuras. Recalcar esto porque dudamos sobre si publicar o no esta entrada. No queríamos transmitir una imagen distorsionada de lo que trabajamos en el taller. Finalmente decidimos publicarlo, pero explicando bien la dinámica para evitar malas interpretaciones.
Intentamos tratar todo tipo de temas, fomentando la inspiración para la creación literaria, escribiendo distintos géneros, de diversas temáticas a fin de afinar la técnica literaria.
Independientemente de lo narrado (repito, al partir de la premisa "venganza" es lógico que las historias fueran más o menos truculentas); queremos enfatizar la parte "técnica" y "creativa".
El resultado fue el siguiente:
María se despertó sudada y nerviosa.
El sueño recurrente de las últimas semanas adquiría tintes
cada vez más reales.
Tal fue su incertidumbre al levantarse, que necesitó
realizar varias comprobaciones para asegurarse de lo irreal de aquello que había
sentido con tanta veracidad.
El día a día de María seguía con aparente normalidad.
La única fijación que le había mantenido ocupada seguía
latente en su cabeza. Aun embrionaria, la idea de traición estaba casi del todo
planificada.
(JAVI)
Lo que había sucedido bloqueaba sus pensamientos,
sentimientos y emociones. Aquello no podía quedar así de ninguna manera. Su mente maquinaba
cosas horribles, cosas que nunca antes se habían pasado por su cabeza, su
corazón ya estaba contaminado por el odio.
(JOSE LEÓN)
Estaba completamente bloqueada. No podía contenerse ante
aquella difamación. No estaba dispuesta a soportar que después de tantos años
de esfuerzo y dedicación se le considerara una miserable. Se llevó las manos a
la cabeza y se dijo: -“No admitiré que pongan en entredicho mi reputación.”
Se dirigió al salón, se acercó a su marido y lo abrazó.
Luego tomó la catana de la pared. Cosió a sablazos a su esposo, e
imprevisiblemente, víctima del acoso, cometió el asesinato.
(ANDRÉS)
Entonces, después se dio cuenta de que en realidad, eran
unos celos enormes que tenía su marido por ser ella modelo y aparecer por los
medios en “paños menores”. Cuando se dio cuenta que su difunto marido le tenía
a ella también mucha envidia por tener ella mucho mejor sueldo.
Todo le procuró un gran revuelo que se tornó en recelo,
cuando ella empezó a sentir todo con gran recelo de lo que la rodeaba, como una
amenaza invisible y con recelo.
(ROSALÍA)
Todo un augurio de malos pensamientos, por más que intentara
distraer mi atención, no podía, los hechos eran muy recientes, lloraba lágrimas
de sangre, con sed de una ira desmesurada. Y tenía motivos más que suficientes,
pero el panorama respiraba un aire y una brisa que no me daba ningún confort.
No podía afrontar este drama.
(MIGUEL ÁNGEL)
Desde entonces, podría decirse que la desconsideración forma
parte de su carne. Y es más, puede que tuviese un as guardado en la manga.
(MIRIAM)
Después, unimos todas esas partes y construimos el relato entre todos/as. A partir de ese relato grupal, cada uno/a teníamos que hacer nuestra propia versión, más extendida y con una trama más cerrada y coherente.
Unos tiraron más por la parte más morbosa (nuevo cliché que todos/as tenemos por el despliegue mediático que se le dio: el asesinato a sablazos con una catana), otros le dieron una vuelta de tuerca y contaron una nueva historia, optando por lo sentimental; y hasta hubo una versión literalmente 'dulce' de la historia (Miriam dio la vuelta a la tortilla magistralmente y dejó pendiente de realizar la propuesta de que lo hiciéramos también los/as demás).
Algunos/as usaron frases literales del primer relato, y otros/as prescindieron de ellas o las reorganizaron a su manera.
Ahí van las historias que cada uno/a construyó:
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"LAS NOCHES DE MARÍA"
Andrés Pablo Medina.
María se despertó sudada y nerviosa. Se asomó al balcón y, después, tras bostezar, se dirigió a tumbos al lavabo de la habitación.
El hotel parecía confortable. Sin embargo, la mayoría de las instalaciones estaban estropeadas. Recordaba el incidente de la noche anterior con pavor y desconcierto.
Aquella fiesta que no podía olvidar del pasado miércoles de carnaval se extendía sorprendentemente. Se perduraba toda la semana sin cesar haciendo el amor con aquel vampiro cuyo disfraz comenzaba a aparentar ser un bulo.
Hoy era lunes. Ella no lo sabía. Había perdido la noción del paso del tiempo. E incluso creía soñar lo mismo que le sucedía.
En la fiesta del miércoles de carnaval había conocido a un vampiro y se había enamorado de él. Así había despertado durante algunos meses, incluso algunos años. Para ella sin embargo, apenas eran unos días. Siempre a las postrimerías del carnaval, cautiva por un vampiro. Su sueño recurrente en las últimas semanas había adquirido tintes por día cada vez más reales.
Aquel día de carnaval, tal fue su incertidumbre al levantarse, que necesitó realizar varias comprobaciones ante el espejo para asegurarse de lo irreal de aquello que, sin embargo, ella había sentido con tanta veracidad.
No había señal alguna de maquillaje ni de enmascaramiento, ni de succión sanguínea alguna. Todo era una quimera, como así es la naturaleza de los vampiros.
El día a día de María seguía con aparente normalidad, con la supuesta rutina aparente, pero indicaba un oculto presagio catastrófico, en tanto que se sabía víctima de un vampiro por la ansiosa apetencia de sangre que padecía.
La única fijación que le había mantenido ocupada durante estos años de carnaval seguía latente en su cabeza. Aun embrionaria, la idea de una conspiración estaba casi del todo completamente planificada, era una consecuencia manifiesta como represalia a la iniquidad de los motivos subyacentes.
Los sucesos que se habían mostrado bloqueaban sus pensamientos, sus sentimientos y sus emociones. Aquello no podía quedarse así. De ninguna de las maneras. Su mente maquinaba ahora cosas horribles, cosas que nunca antes ni por asomo se habían pasado por su cabeza. Su corazón estaba ya contaminado por el odio.
Ahora siempre creyó que su marido padecía hemofagia. Estaba completamente noqueada. No podía contenerse más ante aquella desvergüenza. Se había traicionado su más estricta dignidad. No estaba dispuesta a soportar que después de tantos y tantos años de intenso esfuerzo y esmerada dedicación matrimonial, se le considerase como una miserable pordiosera insensible. Se llevó las manos a la cabeza, y se dijo: "No admitiré que pongan en entredicho mi reputación".
Se dirigió al recibidor. Él estaba allí. En batín de seda estampada. Se acercó y le abrazó. Él escuchaba música y leía un libro sin importancia. Apartó la vista y le sonrió. Puso una mano sobre su hombro, y le despidió. Luego, tomando la catana que colgaba de la pared, cosió a sablazos a su esposo e, imprevisiblemente, víctima del acoso, cometió su asesinato.
Entonces, después de la acometida, al contemplar el cadáver, atormentada, se dio cuenta de que en realidad eran los celos que su marido padecía los que le habían llevado a la muerte.
En su juventud, ella había estudiado en una escuela de modelos profesionales publicitarias, y su padre era un director de banca bastante bien remunerado. Sin embargo, él no disfrutaba más que de las tripas y sobras de la carnicería de su difunto suegro. Aquí, probablemente, se forjó la idea de hacerse adicto a la sangre en toda forma culinaria. Como fuga a sus imposibilidades.
Ella recuerda cómo su madre le hacía saber del gusto y la predilección que de niño sentía por la sabrosa sangre encebollada. Ahora no era más que un vampiro cornudo hecho fiambre cosido a hoja de plata.
Sus recelos se tornaron en un gran revuelo de implosiones. Cuando ella empezó a sentir todo lo que la rodeaba como una amenaza invisible que desembocaba en una inasible aprehensión de irracional suspicacia, comprendió que no faltaba más que lamer la sangre que se esparcía por el piso. Al fin y al cabo, había convivido durante decenas de carnavales con un vampiro real, que ni siquiera se disfrazaba ya para disimularlo.
Se dignó a esto, no sin un cierto desasosiego.
Todo un augurio de malos pensamientos, por más que intentara distraer su atención con su ingesta, no podían cesar en su cerebro, así los hechos eran muy recientes, e incluso lloraba auténticas lágrimas de sangre, en su sed de desmesurada incontinencia.
Y tenía motivos más que suficientes, pues haber sido traicionada en el matrimonio para la inducción al adulterio como una vampira asesina, que descuartiza a sus víctimas para sustraerles su imprescindible alimento, era objeto al menos de esgrimir su enfatizada ira.
Pero el panorama presencial era una escena dantesca, que ella asociaba al carnaval como si se tratase de una representación de su recurrente sueño. Es así que respiraba un aire y una brisa fresca que no le daba ningún confort.
No podía afrontar este drama. ante el espejo realizaba muecas y gestos. Vació el tubo de pasta de dientes sobre su reflejo. "Su marido era un cornudo cabrón que había sucumbido por un puto vampiro de carnaval".
Desde entonces, podría decirse que la desconsideración forma parte de su carne. Y es más, puede que tuviese un as guardado en la manga, puede que ahora creyese más en los vampiros que en los "príncipes azules". Aunque habrá que esperar al próximo carnaval.
-Hola querida. He conseguido plaza en un hotel. ¡Este año iremos a vivir el carnaval de Cádiz! ¡Te gustará!
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(Sin título)
LUIS.
Era temprano y María no podía dormir. Tenía la obsesión de que su marido le traicionaba.
Había algo en su interior que no le dejaba vivir tranquila.
Decidió acabar con la vida de su marido, pero antes quería tener un último abrazo.
Lo necesitaba más que otra cosa.
Lo tuvo. Pero cogió la catana y lo mató. Todo porque él ganaba más sueldo que ella.
Tenía una excusa para que no le incriminaran. No sabía si le iba a dar resultado.
El amor hace esa tremenda contradicción.
No era amor, era amistad lo que sentía ya por ese hombre.
Después resultó que así no se quedaba tranquila y por eso no podía dormir.
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(Sin título)
ROSALÍA.
Me desperté sudada y nerviosa.
Tal fue mi incertidumbre que no podía apenas mantenerme en pie aquella mañana de mayo.
Mi día a día, con mi despido del trabajo, había cambiado radicalmente.
Me sentía muy frustrada porque después de años estaba yo desempleada. Lo que me hicieron con mi despido me tenía ansiosa y confusa.
Hasta tal extremo que fui al salón con la catana, malherí a mi pareja y lo maté a sablazos.
Todo me provocó un tormento de recelo... Pero, por otra parte, me liberé del opresor de mi pareja.
Me venían muchos pensamientos tormentosos por lo que hice.
Desde entonces, podría decirse que la desconsideración formaba parte de mi carne.
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(Sin título)
RAÚL.
Cogió su jersey verde (el de él) y se marchó.
Ella se reía pensando en cómo se lo tomaría él, su marido.
Era el jersey más preciado por él, y ella lo codiciaba.
¿Lo odiaba? ¿tenía celos de él? ¿Quería vengarse? ¿o. simplemente, le apetecía gastarle una broma pesada?
He llegado a la conclusión de que ella sentía una mezcla de todo lo nombrado.
Tenía una gran atracción hacia el verde, María (así se llamaba ella).
Por eso le atraía su marido.
El verde era la clave. Sí, ese verde le volvía loca.
Creo que esa fue la razón por la que un día se dispuso a vestirse con ese jersey, y así sorprender a su marido.
Cuando éste la vio no pudo contenerse, sentía una pasión irrefrenable...
Y después de averiguarlo, pudo decir que él se dirigió al armario (el ropero, como le gustaba decir a ella), para coger el mejor vestido de su mujer -de terciopelo negro, sin mangas-.
Por supuesto, se lo puso...
"Adiós, querida", fueron sus últimas palabras.
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(Sin título)
IGNACIO.
María se despertó nerviosa y agitada. Su sueño se iba tornando en realidad.
Su día a día transcurría con normalidad planificada, pero no pudo evitar que la idea de la traición se fijara en su mente, y su corazón estaba lleno de odio. No pudo contenerse ante la difamación que la rodeaba.
Ella no quiso admitir que tantos años de esfuerzo y dedicación acabaran en un entredicho de su reputación.
Se acerca al marido, lo abraza. Luego, cogiendo la catana de la pared, lo cosió a puñaladas y, víctima de su acoso, cometió el asesinato.
Al reflexionar, se dio cuenta de que eran los celos que su marido sentía por ella. Lo que todo lo provocó por aparecer en los medios en paños menores y cobrar mejor sueldo.
Lloró lágrimas de sangre con una ira desmesurada.
Y ella pensó que eso no sería todo.
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"La venganza de María"
JAVI.
LUIS.
Era temprano y María no podía dormir. Tenía la obsesión de que su marido le traicionaba.
Había algo en su interior que no le dejaba vivir tranquila.
Decidió acabar con la vida de su marido, pero antes quería tener un último abrazo.
Lo necesitaba más que otra cosa.
Lo tuvo. Pero cogió la catana y lo mató. Todo porque él ganaba más sueldo que ella.
Tenía una excusa para que no le incriminaran. No sabía si le iba a dar resultado.
El amor hace esa tremenda contradicción.
No era amor, era amistad lo que sentía ya por ese hombre.
Después resultó que así no se quedaba tranquila y por eso no podía dormir.
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(Sin título)
ROSALÍA.
Me desperté sudada y nerviosa.
Tal fue mi incertidumbre que no podía apenas mantenerme en pie aquella mañana de mayo.
Mi día a día, con mi despido del trabajo, había cambiado radicalmente.
Me sentía muy frustrada porque después de años estaba yo desempleada. Lo que me hicieron con mi despido me tenía ansiosa y confusa.
Hasta tal extremo que fui al salón con la catana, malherí a mi pareja y lo maté a sablazos.
Todo me provocó un tormento de recelo... Pero, por otra parte, me liberé del opresor de mi pareja.
Me venían muchos pensamientos tormentosos por lo que hice.
Desde entonces, podría decirse que la desconsideración formaba parte de mi carne.
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(Sin título)
RAÚL.
Cogió su jersey verde (el de él) y se marchó.
Ella se reía pensando en cómo se lo tomaría él, su marido.
Era el jersey más preciado por él, y ella lo codiciaba.
¿Lo odiaba? ¿tenía celos de él? ¿Quería vengarse? ¿o. simplemente, le apetecía gastarle una broma pesada?
He llegado a la conclusión de que ella sentía una mezcla de todo lo nombrado.
Tenía una gran atracción hacia el verde, María (así se llamaba ella).
Por eso le atraía su marido.
El verde era la clave. Sí, ese verde le volvía loca.
Creo que esa fue la razón por la que un día se dispuso a vestirse con ese jersey, y así sorprender a su marido.
Cuando éste la vio no pudo contenerse, sentía una pasión irrefrenable...
Y después de averiguarlo, pudo decir que él se dirigió al armario (el ropero, como le gustaba decir a ella), para coger el mejor vestido de su mujer -de terciopelo negro, sin mangas-.
Por supuesto, se lo puso...
"Adiós, querida", fueron sus últimas palabras.
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(Sin título)
IGNACIO.
María se despertó nerviosa y agitada. Su sueño se iba tornando en realidad.
Su día a día transcurría con normalidad planificada, pero no pudo evitar que la idea de la traición se fijara en su mente, y su corazón estaba lleno de odio. No pudo contenerse ante la difamación que la rodeaba.
Ella no quiso admitir que tantos años de esfuerzo y dedicación acabaran en un entredicho de su reputación.
Se acerca al marido, lo abraza. Luego, cogiendo la catana de la pared, lo cosió a puñaladas y, víctima de su acoso, cometió el asesinato.
Al reflexionar, se dio cuenta de que eran los celos que su marido sentía por ella. Lo que todo lo provocó por aparecer en los medios en paños menores y cobrar mejor sueldo.
Lloró lágrimas de sangre con una ira desmesurada.
Y ella pensó que eso no sería todo.
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"La venganza de María"
JAVI.
María se despertó sudada y nerviosa.
El sueño recurrente de las últimas
semanas adquiría tientes cada vez más reales.
Tal fue su incertidumbre al levantarse
de la cama, que necesitó realizar varias comprobaciones antes de salir de la
habitación para convencerse de lo irreal de aquello que acababa de sentir con
tanta veracidad.
El día a día de María había amanecido
con aparente normalidad. Solo le inquietó el hecho de que la persiana estuviera
bajada del todo porque siempre la dejaba medio subida. Hasta para dormir. La
oscuridad total le aterraba desde pequeña.
La única fijación que le había
mantenido ocupada seguía latente en su cabeza. Atolondrada y aun embrionaria,
la idea de traición no distaba ya mucho de ser un plan cerrado.
O eso era lo que ella creía,
imprevisiblemente, en ese momento, víctima de su propio acoso mental.
Los haces de luz que fueron entrando
por las rendijas de la persiana al subirla la cegaron durante unos segundos y
se sintió mareada. A punto estuvo de caer al suelo de no ser porque consiguió
agarrarse como pudo, torpemente, al quicio de la ventana.
Fue ahí donde las vio. Se topó –literalmente
de narices– con sus zapatillas, las que calzó la madrugada anterior. Desabrochadas
y manchadas de fango. Junto a ellas, su bote de pastillas abierto y vacío.
Completamente vacío. No quedaba ni un solo comprimido de aquella maldita droga
a la que, irremediablemente, se había enganchado, sumando una más a la larga
lista de sus adicciones.
Lo raro era que no recordaba
haberse tomado todas. Miró la hora y echó mano del calendario. Era imposible
que se hubiera despertado tan pronto y en el mismo día si hubiera ingerido el
bote casi entero que le quedaba. Aunque el fuerte dolor de cabeza que sentía y
la desorientación sí que podrían encajar en esa hipótesis. Claro que también
podía deberse a la lógica resaca, fruto de sus continuos excesos. O tal vez había
desarrollado la tan temida inmunidad al psicofármaco de Morfeo.
Lo que había sucedido bloqueaba
sus pensamientos, sentimientos y emociones. Aquello no podía quedar así de
ninguna manera. Su mente maquinaba cosas horribles, cosas que nunca antes se
habían pasado por su cabeza. Su corazón ya estaba contaminado por el odio.
Estaba completamente obcecada. No
podía contenerse ante aquella rastrera artimaña de quien hasta entonces había
considerado algo más que una compañera de piso, una amiga, la confidente de sus
miedos y vulnerabilidades. Secretos que ahora habían sido usados en su contra.
Deshumanizada condición humana
cada vez más movida por intereses de poder –pensaba, para justificarse, María–,
sin resquicio alguno de compañerismo o lealtad.
No estaba dispuesta a soportar
que después de tantos años de esfuerzo y dedicación se la considerara, de
repente, una vulgar segundona. Se llevó las manos a la cabeza y se dijo: “No
admitiré que me quiten el protagonismo por el que llevo tanto años trabajando”.
De pronto recordó nuevos datos de
su sueño y, de nuevo, tuvo la terrorífica sensación de que había sido más real
de lo que creía.
Los hechos eran muy recientes
pero suficientes para que las lágrimas de sangre derramadas hubieran tornado en
ira, en una sed de venganza que solo se saldaría con la sangre (aunque no fuera
en lágrimas) de la traidora, parte de la cual ahora lucía como vestigio impregnada
en sus zapatillas, mezclada con el fango del descampado en el que la había
enterrado.
Vestigio de algo real, no soñado.
No, al menos, esa noche.
Estaba segura de que allí nadie
la encontraría. Y tampoco nadie iba a echar de menos a una búlgara sin papeles
ni familia ni amigos pero, por si acaso, mejor cubrirse las espaldas. Pensó que
era conveniente eliminar posibles pruebas que pudieran delatarla. Las
zapatillas, lo primero, irían directas a la hoguera.
Echó un rápido vistazo a la
habitación. El panorama era verdaderamente desastroso: la ropa se arremolinaba
por el suelo, había colillas de porros por todas partes, preservativos usados y
sin usar, un predictor del que
prefería no saber el color, botellas de todas clases de alcohol medio
derramadas y manchas pegajosas salpicadas desde el suelo a la pared.
Intentando sin éxito esquivar
tanto obstáculo, María asomó la cabeza por el pasillo y, perpleja, vio que la
puerta de entrada al piso estaba abierta de par en par. Se dirigió a ella
inmediatamente para cerrarla de un portazo y ya, sintiéndose más a salvo, echó
un ojo por la mirilla. No había nadie al otro lado, ni indicios de que lo
hubiera habido en los últimos minutos.
Las dos únicas personas que, en
teoría, podían haber abierto aquella puerta eran su madre o su compañera de
piso, Eugiène, la búlgara. Solo ellas dos tenían copias de las llaves y les
había hecho prometer que no le darían ningún otro juego a nadie más. No era un
barrio seguro y cualquier medida de prevención era poca. Además tenía que
asegurarse de que el importante desembolso que había hecho para pagar una de
las puertas blindadas más seguras –y caras– del mercado era realmente una
inversión.
Luego fue al baño.
María se miró en el espejo.
En sus ojos desencajados e
irreconocibles se leía perfectamente la culpabilidad del crimen cometido, de la
venganza que pasaba de soñada y planificada a cumplida. Barbarie que ahora le
parecía demencial. ¿Cómo había sido capaz?
Le parecía insignificante el
motivo por el que lo había hecho. Un cásting
que seguro que era una nueva encerrona, como siempre. Una falsa promesa de
actuar en una película de verdad, no amateur
cutre de web chunga para internautas pajilleros sin un duro, porno del
bueno, avalado por una productora en condiciones. Pornografía de la que de
verdad da dinero, que merece la pena, meta por la que hay que luchar hasta el
último momento para conseguir el papel protagonista y dejar de ser grabada
prostituyéndose por una miseria.
Un rodaje que poco tenía que
envidiar a una superproducción de Hollywood, con un atrezo que pretendía
ambientar la historia (había hasta un guión con trama completa) en el mundo de
los samuráis. De otra manera, María jamás habría conseguido un arma homicida
tan letal como exótica.
La desconsideración había dejado
de formar parte de su carne. Fue al salón, cogió el teléfono y sin titubear
tecleó:
-Me llamo María Pérez Gaite.
Anoche cosí a sablazos a mi compañera de piso con una catana.
Dio todos sus datos y se sentó a
esperar tranquilamente mientras se fumaba un porro. Todavía le quedaba un as
guardado en la manga para cuando llegaran a arrestarla.
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(Sin título)
MIRIAM.
Spelnik, María.
27 años. Rumanía.
El cuerpo de la víctima fue hallado sobre algodón de azúcar en la bañera del Hotel Victory Street, de la calle Victory Street.
Creemos que fue envenenada con regalices, piruletas y bolitas de anís. La señorita Spelnik debió sufrir una dulce muerte.
Presentaba niveles por encima de lo normal en sangre, tenía diabetes tipo II.
El forense ha dicho que el cuerpo fue trasladado cuando María aún vivía.
-Es la muerte menos impactante que nunca he visto y, a la vez, la más inusual -dijo Thomas.
-Lo es. quien lo hizo sabía lo que hacía porque María era modelo, tenía un desfile esta tarde en la Galería Munch y presentaba una gran obsesión con la gente gorda.
-Entonces ya sabemos quién cometió el crimen -y, señalando Thomas una bolsa de pruebas, relucía la foto de una amiga de María, con grandes mofletes rosados.
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