El primer beso o Eros y Psique infantes, de Adolphe-William Bouguereau.
Hace muchos años, existió un reino de Grecia donde estaba el santuario en el que se rendía culto a la diosa de la belleza, Afrodita. Hasta allí acudían peregrinos de todas las partes del mundo para visitarlo y admirarlo.
El nacimiento de Venus (Afrodita), de Sandro Botticelli.
Un día, los reyes de aquel lugar tuvieron una hija a la que llamaron Psique. Era la niña más bella que nunca nadie había visto antes.
Conforme iba creciendo la princesa, su belleza también aumentaba; y con ella, la admiración que todos los habitantes del reino sentían por ella.
Tal era la admiración que despertaba que llegó a crear celos en el corazón de Afrodita, que veía peligrar su puesto de honor como diosa de la belleza.
Y no era para menos porque el número de visitas que recibía su santuario habían descendido notablemente porque la gente ahora prefería ir al palacio para deleitarse con la belleza humana de la joven princesa.
La diosa Afrodita, viendo esto desde el Olimpo, encolerizó y decidió tomar represalias contra su mortal competidora. Para ello, dio a Eros, dios del amor, unas instrucciones muy precisas: "Haz con tus flechas que Psique se enamore perdidamente del más horrendo de los monstruos".
Con el paso de los años, la princesa empezó a sufrir las consecuencias de su belleza: si bien todo hombre que la veía la admiraba, ninguno se atrevía a pedir su mano. Porque, como bien es sabido, la admiración es vecina del temor.
Así, mientras sus dos hermanas ya se habían casado, ella seguía soltera. Fue por eso que sus padres, preocupados, decidieron pedir consejo al Oráculo de Apolo, sin saber que sus indicaciones obedecerían a las órdenes de Eros.
-Vuestra hija -le dijo a los sufridos padres -está destinada a casarse con un ser que haría temblar de miedo hasta al mismo Júpiter. Sin embargo, no podéis escapar a los designios de los dioses y antes de que amanezca un nuevo día tendréis que llevar a vuestra hija a la parte más alta del monte y despediros de ella para siempre, porque su destino ya está escrito.
Llenos de dolor, los padres de Psique no tuvieron más remedio que obedecer a sus órdenes y, entre lágrimas, vistieron a su hija con ropas nupciales y la condujeron al lugar indicado.
La joven Psique, con gran entereza, esperó paciente al encuentro con su desdicha.
Fue entonces cuando llegó la suave brisa de Céfiro, dios del viento, y la transportó a una hermosa llanura floreada y con un estanque, arriba de la cual había un magnífico castillo.
Céfiro transporta a Psique, de Pierre Paul Prud´hon.
Una voz muy dulce, casi como un susurro, la invitó a entrar en él. La condujo a tomar un baño y le ofreció una suculenta cena.
Psique no sabía de dónde procedía aquella misteriosa voz, pero supuso que sería de aquel monstruo tan horrible con el que debería contraer matrimonio, así que, sumisa, obedeció a todo.
Después de la cena, la voz le indicó dónde estaba su dormitorio y ella, cansada de tantas emociones, se acostó sin pensárselo dos veces.
Cuando estaba a punto de quedarse dormida, sintió una respiración muy cerca de su cuello. Intentó girarse para ver a quién pertenecía, pero fue inútil porque la habitación había quedado completamente a oscuras.
Aún así, se dejó hacer, camelada por los dulces susurros y las suaves caricias, costándole creer que provinieran de un ser tan monstruoso como el oráculo había pronosticado.
Por eso le pidió a su enigmático amante que le dejara ver su rostro para saber quién iba a ser su marido. Éste, al oír aquello, se alejó rápidamente de ella y le dijo:
-No puedo mostrarte mi rostro porque te horrorizaría. Tienes que prometerme que nunca jamás intentarás vérmelo; por eso, yo solo estaré contigo por las noches y, al alba, antes de que salga el primer rayo del sol, desapareceré para volver de nuevo a tu lado cuando anochezca. Aquí no te va a faltar de nada, vivirás con todos los lujos y comodidades que puedas imaginar, pero solo con esa condición. Nunca, repito, nunca, intentarás ver cómo soy.
Y así sucedió. Cada noche, cuando el sol se escondía, el misterioso marido acudía a la cama e Psique y la poseía; y cuando la joven se despertaba, se encontraba otra vez sola.
![François-Éduard Picot - Cupid and Psyche [c.1817] by Gandalf’s Gallery on Flickr.](https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/736x/c0/ac/3d/c0ac3db2519872390fa5a8d81f0c91d1.jpg)
Eros y Psique, de François-Éduard Picot
Una noche, la muchacha le confesó que los días se le hacían muy largos, sola en aquel inmenso y espléndido castillo y que echaba mucho de menos a su familia.
Él, incapaz de negarle nada a su mujer, aceptó que recibiera la visita de sus hermanas, aunque en el fondo de su ser sentía que aquella decisión, antes o después, se volvería en su contra.
Al día siguiente, llegaron las hermanas. Inquietas por saber cómo le iba casada con aquel monstruo del que les habían hablado, no dudaron en preguntarle.
Ante esto, Psique respondió con evasivas.
No obstante, viendo el lujoso castillo en que vivía y el buen aspecto que tenía la joven, sus hermanas dejaron de sentir lástima por ella, imaginándola desgraciada, y partieron de la visita envidiosas de su felicidad. Y la envidia es mala consejera.
Por eso, la próxima vez que fueron a visitarla al castillo, sembraron en ella la duda:
-¿Cómo puedes convivir con un hombre que no te permite verle la cara? Recuerda que el oráculo dijo que sería el más horrendo de los monstruos...
A ojos de las hermanas, estaba claro que aquel hombre escondía algo más que un rostro espantoso; por eso, le aconsejaron que esa misma noche escondiera debajo de la cama una lámpara de aceite y un cuchillo, para defenderse en caso de una reacción violenta por parte de su marido.
Como siempre, aquella noche el marido se comportó apasionado y fogoso; pero esta vez Psique consiguió que se durmiera antes que ella.
Aprovechando tal situación, cogió la lámpara de aceite que había escondido debajo de la cama, la encendió y la acercó a su compañero de cama.
Cuál fue su sorpresa cuando le iluminó y vio que aquel no era el rostro de un monstruo. Todo lo contrario, era el rostro de un ser bellísimo, tan bello como el de un dios.
Psique descubre el rostro de Eros, de Nicolas de Courteille.
Asombrada por descubrir que el hombre con el que había estado compartiendo lecho todos esos días era el mismísimo Eros, dios del amor, se puso nerviosa y el pulso le traicionó haciéndole tambalear la lámpara en su mano y derramando el aceite caliente sobre el hombro de su compañero, lo cual, claro, le despertó de su sueño.
Al ver traicionada su confianza, Eros, enfurecido y decepcionado, le dijo a su esposa:
-Llora, sí. Yo desobedecí a la diosa Afrodita, me deshice de la venda que me puso en los ojos para no poder ver tu belleza, desposándote cuando me ordenó que te hiciera enloquecer de amor por el más horrible de los monstruos y, a cambio, solo te pedía que no intentaras desvelar mi identidad. Tampoco yo pude resistirme a tu hermosura y te amé, pero el amor no puede vivir sin confianza, y tú me has traicionado. Ahora el castigo será perderme para siempre.
Y así fue. Psique se quedó completamente sola en el castillo, ahora también por las noches. Desesperada, se echó a recorrer el mundo entero en busca de su amor perdido.
Mientras tanto, Eros había regresado al lado de la diosa Afrodita y, arrepentido, le había contado todo lo ocurrido. Ésta, enfurecida, decidió tomarse la venganza por su propia mano y trazó un malévolo plan: con el pretexto de curarle la quemadura del hombro, encerró a Eros bajo llave y esperó a que Psique acudiera a ella en busca de ayuda.
Y, efectivamente, así fue. La joven, después de haber visitado los templos de todos los dioses y no haber obtenido respuesta, fue a visitar a la diosa Afrodita.
Ésta le dijo que si de verdad quería recuperar al amor de su vida, tendría que superar una serie de pruebas.
La primera prueba consistía en tener que separar diminutas semillas de distintas especies de entre una inmensa montaña, en tan solo un día.
Parecía imposible, pero tanto empeño puso la joven y tan amargamente lloró por ver que no podría conseguirlo, que despertó la compasión de las hormigas del lugar y consiguió que le ayudaran a hacerlo.
Afrodita, al ver la prueba superada, decidió imponerle otra aún más difícil: mandó a la joven a un valle dividido por un arroyo donde tendría que esquilar a todos los carneros que pastaran por allí.
La cantidad de carneros era tan enorme que el primer impulso de Psique fue rendirse y tirar la toalla, pero, de repente, un fauno que andaba por allí, le dijo que no se preocupara, que no tenía que ir cazándolos uno a uno para hacerse con su lana, sino que bastaba con hacerlos pasar por unos arbustos que había allí y después recoger la lana que se quedaría enganchada entre sus espinas.
La muchacha le hizo caso y, de esa manera, consiguió también superar esa segunda prueba.
La diosa Afrodita no cabía en su asombro cuando recibió toda la lana que le había solicitado; pero tenía reservada aún una prueba que sabía que no podría vences.
En esta tercera prueba. le mandó descender al Inframundo para que recogiera una caja que tenía la diosa de las Tinieblas.
Sabiendo el riesgo que eso suponía, Psique se armó de valor y bajó a las profundidades, donde las sombras de los muertos transitan en fúnebre cortejo. Tras atravesar un largo túnel, llegó al río de la muerte, donde tuvo que pagar una moneda al barquero Caronte, encargado de transportarla en su barca hasta la otra orilla.
Caronte y Psique, de Spencer Stanhope.
Allí, fue recibida por Cérbero, el feroz perro de tres cabezas; y, después, por fin, llegó al palacio de la diosa de las Tinieblas. Ésta le dio la caja solicitada sin oponer ninguna resistencia. Solo le dijo:
-Tienes que portar la caja con sumo cuidado, porque en su interior se alberga parte de la belleza de la diosa Afrodita.
En el camino de regreso, sin embargo, Psique estuvo tentada de abrir la caja y coger un poco de la belleza divina, preocupada porque las preocupaciones de los últimos días la hubieran afeado. Pensó que no pasaría nada por abrirla solo un poco.
Psique abriendo la caja, de John William Waterhouse.
Sucedió entonces que, en lugar de la belleza, lo que albergaba la caja era un profundo sueño que sumió a Psique en un estado casi de muerte.
Suerte que para entonces, Eros había escapado de la prisión en la que Afrodita lo había metido y había decidido salir en busca de su esposa, porque se había dado cuenta de que, a pesar de la traición, aún seguía amándola y de que no podía vivir sin ella.
Fue entonces cuando Eros halló a su amada allí tumbada, sumida en aquel profundo sueño, junto a la caja. Comprendió lo que había sucedido y la gran valentía que Psique había demostrado descendiendo al Inframundo, e hizo lo que solo el poder de un dios podría hacer: la redimió de su condena e introdujo de nuevo el sueño dentro de la caja, haciéndole despertar.
Eros encuentra a Psique, de Anton Van Dyck.
Eros y Psique, de Antonio Canova.
La diosa Afrodita, ajena a todo esto, solo vio que Psique había regresado con la caja que se le había encomendado; así que no tuvo más remedio que reconocer que había demostrado el valor suficiente como para seguir siendo la mujer de Eros y, como tal, digna de probar la ambrosía que la haría inmortal y que le permitiría vivir en el Olimpo, junto a su amor y al resto de dioses para toda la eternidad.
Las bodas de Eros y Psique, de François Boucher.
Así fue como la pareja por fin pudo vivir en paz y armonía por el resto de sus días. Ahora Psique se convirtió en la diosa protectora de las almas humanas que, según los griegos, al morir y separarse del cuerpo, toman la forma de una mariposa nocturna.
Y es por eso que. aún hoy, podemos ver en las noches de verano a las mariposas revoloteando alrededor de las lámparas. Dicen que es la propia Psique que todavía, a veces, busca desesperadamente al amor que una vez estuvo a punto de perder por culpa de esa luz.
Suerte que al final comprendió que la base de toda relación amorosa es la "confianza ciega" en otra persona.
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Contado, analizado y comentado el mito de Eros y Psique, hicimos una lectura grupal del álbum ilustrado "Dos personas", de Iwona Chmielewska; editado por OCEANO Travesía.
Y los textos que nos salieron fueron estos:
El amor, señores, no es más que una reacción físico-química de ambos cuerpos que es maravillosa.
La física nos atrae y la química se nos sube a la cabeza, perdiendo toda noción de realidad, haciéndonos creer que el amor espiritual existe.
Nos hacen creer que el amor es una unión cósmica.
El amor no deja de ser magia, lo acepto, pero como todo vulgar truco de magia, tiene explicación. Que no final.
Y por tener explicación no deja de ser fantástico y no va a dejar de hacernos sentir únicos.
NANI.
Entre el interior y el exterior.
Una llave abre una cerradura.
Dos muros distintos se aparecen con dos ventanas.
Dos relojes de arena dicen que el tiempo tiene que pasar apaciblemente.
Dos libros dicen que dos personas pueden tener que entenderse entre el hecho de que pueden ser dos islas con características distintas pero relacionadas.
Dos árboles recuerdan resignadamente que lo que muere puede volver a nacer.
En el exterior todo recuerda que lo que parecía asemejarse puede ser influido de maneras distintas, al mismo tiempo que no se sabe todo lo que en el presente está pasando.
ALFONSO.
Diálogo de besug@s enamorad@s.
-Quiero una pareja para compartir achaques y pastillas.
-Yo el puchero. No sé cocinar para mí solo.
-Pero el amor es ciego.
-¿Por qué es ciego? ¿porque no ve?
-Sí. No ve a su pareja. Si se quita la venda todo se va a la mierda.
-¿Por qué?
-Porque empieza a ver.
-Querer sin ver.
-Amar ciegamente. Que es lo mismo, pero dicho en bonito.
-¿Me quieres?
-¿Y tú a mí?
-Yo he preguntado antes.
-Y yo después.
-Ya estamos con el contigo pero sin ti...
-A veces te odio.
-Yo a veces te adoro.
-¿Y hoy? ¿qué sientes por mí?
-Hoy es de esos días en los que no sé si acercarme más a ti o alejarme para siempre.
-Solo tienes que quererme.
-¡Si supiera cómo!
-No hay manual de instrucciones.
-Y si lo hubiera seguramente ni te querría, ni te aborrecería, ni daría la vida por ti ni tendría deseos de estamparte contra la pared. Solo me producirías indiferencia.
-No, eso no, por favor.
-Te quiero.
-Y yo a ti.
-¿Cuánto?
-Eso no se mide.
-Pero se demuestra.
-Con hechos, no con palabras.
-Las palabras se quedan huecas.
-Y los sentimientos rebosan.
-¿Hasta cuándo?
-Eso nadie lo sabe.
-¿Sientes que para siempre?
-Hoy sí. Mañana no sé.
-Mañana no existe.
-¿Entonces?
-Te quiero. Hoy. Ahora.
-Y yo. En este momento.
JAVI.




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