martes, 17 de marzo de 2015

Relato completo de Andrés.

 
 
Akedhú perfilaba su súplica. No era un bisonte. Aunque todos en la tribu así lo reconocían.
 
Ellos estaba revueltos unos sobre otros. Así era. Repentinamente, Akedhú observó en la roca una hendidura saliente, un extraño signo. Supuso que necesitaba beber más néctar para descifrar aquella presencia.
 
Se invocó a su Akedhú interior, al que todos llamaban Dios.
 
El extraño signo se mostró sobre la roca animado en una clara secuencia. "Una cigüeña descendía con hombres en su pico, recogían a Akedhú y se elevaban con él al cielo abierto".
 
La noche caía sobre el asentamiento. Las hogueras, que permanecían encendidas, transformaban sus efigies entre las sombras de la oscuridad.
 
La manada de primitivos se reunían en un festín de sexo y carne. Ya habría tiempo para el descanso, e incluso así se habría de reanudar de nuevo ineludiblemente el ciclo de la caza.
 
Akedhú había quedado traspuesto horas antes del amanecer. La visión que sobre la roca se le había manifestado se le reveló en sus sueños con preclara lucidez. "Una nave espacial tripulada le había raptado trasladándole ante un chamán de una tribu del futuro".
 
Generalmente, los sueños eran sucesos sucedidos, en tanto que soñados eran, y aunque no sucedidos en la vigilia, eran igualmente sucedidos en tanto que aunque hubieran sido soñados.
 
Es así que de ese modo sucedió. Akedhú, ante el asombro y el miedo, presenció como ante él una nave espacial se aterrizó y le transportó, tras un viaje de un solo segundo, a la pequeña y señorial ciudad de Cádiz, justo ante su Cristo del Nazareno, en el Templo de la Iglesia de Santa María, el más venerado, que le habló así:
 
-Akedhú, hombre de Dios, te vengo a advertir.
-¿Quién eres tú con tanto poder que me saca de mi pueblo y me advierte?
-Soy el que soy.
-Y yo soy Akedhú, el que creó la noche y el día. El que acude al reclamo de la caza cuando mi tribu lo necesita.
-Akedhú, en estos días mi pueblo celebra el carnaval. Hoy es el miércoles de ceniza.
-¿Son esas las mismas cenizas con las que dibujo mis bisontes sagrados?
-Son las mismas cenizas con las que santificamos el sacrificio que nuestros males nos inculpan. Con ellas ungimos nuestras ánimas a su exoneración.
-¿Qué es lo que sucede? ¿quiénes son esos seres en las paredes de esta extraña gruta?
-Akedhú, sé de ti que invocas con tus pinturas lo que habrá de ser.
-Es el reclamo de Akedhú a Akedhú para el provecho y la protección de su tribu. ¿es esta su tribu?
-Mi tribu eres tú, y así te digo que tú eres la ceniza sobre la que sostengo a mi pueblo, a su provecho y protección. Y así te digo que no habrás de dar un paso ni promover un solo gesto por el festín del sexo y de la carne.
-Mi tribu siempre ha cazado en la tierra de Akedhú desde que Akedhú creó la noche y el día. Así nos sostenemos.
-Mi pueblo, Akedhú, en esta hora reconoce mi sufrimiento y mi victoria, celebra mi extremaunción así como la expiación de todo mal. Lleva esta buena nueva a los tuyos: "Los demonios han sido vencidos por los santos y los heroicos dioses. Seamos hieródulos de la felicidad".
 
Akedhú se elevó por los aires y, oculto tras unas nubes, presenció la fiesta de carnaval que se celebraba en las calles. Se asombraba al ver cómo las gentes se transfiguraban, cantaban y bailaban. En aquel miércoles de ceniza, algunos viandantes entraban en los cristianos templos, aquellas grutas en las que se encontraba especialmente representada la figura modelada de su raptor, a ungir sus frentes con el santo polvo.

 
 
 
Don Carnal y Doña Cuaresma paseaban con su retablo como un romancero más. Las divinidades del carnaval, el dios Momo y la bruja Piti, mendigaban a las puertas de la Catedral como pordioseros "por el amor de Dios".
El alcalde, la alcaldes y su séquito acudían de acá para allá entre dimes y diretes del sacro obispo papal a las divinas autoridades del carnaval.
 
Las gentes conversaban entre coplas y coplillas los desastres de la cotidiana contienda sucedida. El absurdo, el desajuste y el desbarate se mezclaban con los vinos y el exceso. Un borbotón de sentimientos se explayaba a las orillas de la Caleta entre paseos, besos y pasionarios deseos. Todo en un mágico desorden sin igual, únicamente comprensible por su propia inquina, como un aquelarre desprovisto de toda demonización.
 
Akedhú regresó a su campamento dispuesto a instruir a su tribu en los pormenores del festín del sexo y de la carne. Expiar el mal y la enfermedad debía diferenciarse de danzar alrededor del fuego o de pintar escenas cotidianas. Los demonios se presentaban con Akedhú no más que como presentaciones de lo inhumano a domeñar.
 
Akedhú agradecía a las cigüeñas que le hubieran vuelto a la vida, e incluso elevó algunos cánticos en memoria de estas criaturas, cánticos exaltantes y fabulosos.
Su tribu celebraba el festín del sexo y de la carne, cuando Akedhú irrumpió con extrema cautela y habilidad. Le llamó Baal, y así fue vencido de su propio nombre al ser nombrado. Instó a todos a agradecer al espíritu de los animales las piezas entregadas a Akedhú para el sustento de sus días y sus noches.
 
Los miembros de la tribu, que se encontraban absortos en la satisfacción del aquelarre, se incomodaron ante la petición coercitiva de su rey chamán. Akedhú les mostró cómo un demonio que actuaba con la fuerza de un dios contra Akedhú, al que había dado en llamar Baal para vencer, trataba de raptar a su tribu ofrendándole fácil caza y orgiástica estancia. es así que Akedhú  mostró a su tribu cómo en sus pinturas la misma diferencia habría de ser similar al mismo festín.
 
Así pues, se pusieron a discernir. Unos tomaban parte; otros, dilucidaban. Akedhú repartió su néctar que nunca compartió con sus iguales. No así, reconocían como Baal se retiraba develado por la impronta de su jefe. Así se sentían desprender de algunas pieles que el espíritu de los animales no les había propuesto.
 
-¡Pues si es necesario iremos a los confines de la tierra y fortificaremos los poblados!
-¡Celebraremos nuestra fiesta y daremos caza a los demonios que arremetan!
 
Akedhú recordó su viaje al carnaval de Cádiz y el Nazareno del Templo de Santa María, y lo agradeció al cielo y lo llamó sueño astral.
 
Fue entonces que aparecieron los osos.
 
 
ANDRÉS PABLO MEDINA.
 
 

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