martes, 17 de marzo de 2015

Un personaje, un mensaje, un sueño y un encuentro en un lugar de Cádiz. Así fue la sesión del miércoles 11 de febrero 2015.

Bibliografía utilizada como "disparadores creativos":
La invención de la pintura,
Universo Dalí: 30 recorridos por la vida y obra de Salvador Dalí,
Cádiz en 360º: acuarelas de Joaquín González Dorao.
 
 
 

Aquella nublada y fría mañana de domingo hiemal, Miguel de Altamira y Villegas se dejó llevar por su instinto aventurero, esa picardía exploradora que todo ser humano lleva dentro, y avanzó en paralelo al Paseo Quiñones hacia el fondo.
 
Caminaba con decisión castrense. Se sentía pleno, completo, valiente, gallardo, henchido lo que es desgastar las suelas de unas botas militares portando un fusil en el hombro y vestido de camuflaje.
 
Llegó al punto clave, ese lugar, ese atajo mágico hacia el confín del mundo donde cielo, mar, rocas y arena convergen y la mente desaparece en el infinito de lo existencial paradisíacas, esa dimensión terrenalmente bíblica en la que la autoconciencia del yo alcanza la extinción.

 
 
Observó el paisaje, había verdín en las rocas.
 
-Increíble -se dijo a sí mismo.
 
Inmediatamente, se le ocurrió la idea. A veces el camino más largo y que requiere la máxima paciencia y cautela, es el único que garantiza el éxito en esta aventura del vivir la existencia.
 
Retrocedió sobre sus pasos y pensó la única alternativa: bordear la fortaleza por la derecha.
 
Rocas, rocas. Agua. Rocas, algo de verdín, desniveles. Agua. Rocas.
 
Tentando, pisando, levantando, apoyando. Tiento, paciencia, atención, cautela, concentración, relajación; todo en conjunto.
Llegó a donde quería. Lo vio. Se acercó un poco más y leyó la inscripción. Era eso. Tenía que estar ahí en ese momento, en ese día y con ese paraje de mareas bajas.
 
El Universo seguía como siempre, pero él se había alineado con su altar en la naturaleza, agua con agua, mente sin mente.



 
 
(...)
 
NACHO.
 
 
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Mientras el equipo de Giotto esperaba deseoso su llegada para ver la reacción del reconocido artista al contemplar el magnífico interior de la Capilla Scrovegni, él parecía indiferente, ajeno al acontecimiento.

 
 
Entró con sus bocetos enrollados debajo del brazo, comprobó la adecuada humedad del enlucido de la pared donde iba a empezar a trabajar y, sin más, se puso manos a la obra.
 
Sus ayudantes, decepcionados, se limitaron entonces a cumplir obedientemente sus órdenes. Sabían que el maestro no se caracterizaba por su amabilidad ni por su buen humor, así que era mejor no tentar a la suerte con simplezas como la ilusión de comenzar un nuevo trabajo de tal envergadura.


 
 
Uno de los aprendices encargado de hacer la mezcla de los pigmentos con el huevo y la leche, llamado Raffaello, observaba con detalle cada uno de los movimientos de su maestro y cada uno de los rincones de la capilla. Aunque allí apenas había nada que fuera interesante. Una pequeña compuerta situada en la base de uno de los andamios, donde los listones de madera eran más macizos y gruesos, parecía albergar algo. Algo tan previsible como cualquier instrumento de trabajo. Sin embargo, aquel pequeño escondite despertó la fácil curiosidad del joven alumno, aún no muy familiarizado con el elitista mundo del arte.
 
Por eso se quedó el último recogiendo sus herramientas de trabajo para abrir la compuerta del andamio sin que nadie lo viera. No pudo evitar, antes, recrearse contemplando la obra de su maestro. Era realmente fascinante ver cómo el artista había conseguido trasladar a la pared no solo un dibujo de trazo perfecto, sino también los efectos de volumen, perspectiva y sombras, todo un efectismo óptico que daba a la fría estancia una nueva dimensión, haciendo levitar sin duda, cuando estuviera finalizada, a sus visitantes hasta el rompimiento de gloria representado, pudiendo casi formar parte de toda su corte celestial.

 
 
Aquella imagen sagrada le hizo temer posteriores remordimientos de conciencia por estar a punto de meter las narices donde no debía.
 
Pensó que si se arrepentía honestamente, el Señor le perdonaría un pecado que, a fin de cuentas, no iba a ser tan grave. Solo iba a abrir rápidamente la compuerta y mirar en su interior. Ni siquiera se planteaba tocar lo que hubiera dentro, fuera lo que fuera.
 
 
(...)
 
JAVI.
 
 
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Él vagaba por las calles de Madrid. Subía por la Gran Vía y bajaba por la calle Preciados. Buscaba no sabía qué. Una chica de una perfumería le dio a probar un frasco de ese olor. No le gustó, pero siguió caminando hasta llegar a la Plaza del Sol.
Se encontró entonces con un policía local que le paró y le pidió la documentación. Se la dio. El policía se la devolvió y le dijo que tenía un paquete para él.
-¿Un paquete?
-Sí.
Lo cogió y lo metió en el bolsillo. Se lo llevó a su casa y allí, tranquilo, lo abrió.
"Vente conmigo. Te espero mañana en el Parque del Retiro".
Reconoció la letra. Era de una antigua amiga suya.
Aquella noche le costó dormirse. No tenía ganas de ver a su antigua amiga. En el pasado, había sido más que una amiga.

 
 
Se quedó dormido.
Soñó con su antiguo jefe. Le había dado una oportunidad ofreciéndole aquel trabajo, pero su relación se torció por culpa del sueldo. Pagaba bien al principio pero después, con la crisis, fue recortando. Al final la situación era de tensión:
-Mira, ¡lo dejo!
-¡Tampoco es para eso! Solo dime cuánto quieres que te pague más.
-¿Un doce por ciento es mucho?
-Yo había pensado otra cifra.
Se despertó. Eran las 10:48hrs según el despertador.
Se fue temprano al Parque del Retiro, en autobús.
Sabía que no llegaría hasta la hora del café. Llegó esa hora y seguía sin llegar.
Por fin apareció a las 22:13hrs, según el reloj de su móvil.
-¡Hola, Julio! Perdona el retraso pero he tenido que hacer cosas importantes.
-Hola, Teresa. No te preocupes, yo tampoco tengo mucho que hacer.
-Mira, la cuestión es que necesito estar en Cádiz antes de que sean las 24:00hrs de hoy. Tengo un problema grave que resolver allí y no tengo cómo ir.

 
 
-Me gustaría ayudarte, pero no sé cómo. ¿Quieres que te lleve a la estación de tren?
-Vale, pero no tengo dinero para el billete -dijo Teresa.
-¿Cuánto tienes? -preguntó Julio, empezando a sospechar de ella.
-Trescientos reales y el billete cuesta quinientos.
-Acompáñame a mi casa y te doy los doscientos reales que te faltan.
Ahora era Teresa la que desconfiaba.
-Hacemos una cosa: quedamos en la estación a las...
-Déjalo, no da tiempo -dijo Julio, molesto.
-¿Ni siquiera quieres intentarlo? ¿Qué te pasa? Dímelo.
 
 
(...)
 
LUIS.
 
 
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Akedhú perfilaba su súplica. No era un bisonte. Aunque todos en la tribu así lo reconocían. Ellos estaban revueltos unos sobre otros. Así era. Repentinamente, Akedhú observó en la roca una hendidura saliente, un extraño signo. Supuso que necesitaba beber más néctar para descifrar aquella presencia.

 
 
 
Se invocó a su Akedhú interior, al que todos llamaban Dios.
El extraño signo se mostró sobre la roca animado en una clara secuencia. "Un pájaro descendía con hombres en su pico, recogía a Akedhú y se elevaban con él en el pájaro".
La noche caía sobre el asentamiento. Las hogueras, que permanecían encendidas, transformaban sus efigies.
La manada de primitivos se reunía en un festín de sexo y carne. Ya habría tiempo para el descanso e incluso reanudar de nuevo el ciclo de la caza.
 
Akedhú había quedado traspuesto horas antes del amanecer. La visión que sobre la roca se le había manifestado en sueños se reveló con preclara lucidez. "Una nave espacial tripulada le había raptado llevándole ante la tribu de un chamán del futuro".
Generalmente, los sueños eran sucesos sucedidos en tanto que soñados eran, y aunque no sucedidos en la vigilia, eran igualmente sucedidos.

 
Es así que sucedió. Akedhú, ante el asombro y el miedo, presenció cómo una nave espacial aterrizó frente a él y le transportó, tras un viaje de un solo segundo, a la pequeña y señorial ciudad de Cádiz, justo ante su Cristo del Nazareno, en el Templo de la Iglesia de Santa María, que le habló así:

 
 
-Akedhú, hombre de Dios. Te vengo a advertir.
-¿Quién eres tú con tanto poder que me saca de mi pueblo y me advierte?
-Aquel que habrá de dividir los tiempos para el reino de la eternidad. Así como tú oras con las               y líneas.
-¿Y qué es eso de la eternidad?
-Akedhú, si no quieres que te falte ni el sol ni las estrellas; si no quieres que te falte ni la caza ni el
-Yo aspiro a regresar a mi tribu sin faltar a sus necesidades. La noche y el día se suceden porque así lo dispuso Akedhú. La caza se logra porque Akedhú acude a la llamada.
-Soy el que soy.
-Y yo soy Akedhú, el que creó la noche y el día. El que acude al reclamo de la caza cuando mi tribu la necesita.
 
 
(...)
 
 
ANDRÉS.




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