jueves, 18 de diciembre de 2014

Dinámica: Creación de un/a superhéroe/heroína.


            Aquello sí que no lo pudo olvidar.

            En circunstancias normales, a partir de contar con sus súper-poderes, Demencialwoman no tenía que hacer ningún tipo de esfuerzo para descargarse de los malos recuerdos que a las no-superheroínas se les enquistan más de una vez en alma y ánimo.

            Mediocres traumatizadas –pensaba de todas las que caían en depresión–, presas de ridículos fantasmas del pasado y del futuro que como ella tiempo ha, deben recurrir a las vergonzosas drogas recetadas por quienes osan llamarse profesionales de la salud para mantener a raya las emociones que a ellas se les han escapado de las manos.

            Pero eso, aquella minucia, tamaña estupidez, le seguía nublando el pensamiento. Y le ponía muy nerviosa.

            Tanto que le había perturbado en una insólita noche de vigilia.

            Con su súper-visión, tumbada en la cama sin poder dormir, había escrutado rincones de su habitación en los que jamás había reparado antes. La pared estaba hecha una pena: un desconchón, dos inicios de grietas, algo de humedad en una esquina y una serie de extraños puntitos negros que parecían querer representar algo por la forma en que estaban dispuestos, esparcidos por el techo calculadamente. Una cosa trimbliquesca y un poco viripelqueriana, en su opinión.

            Pequeñeces que le incomodaron hasta el punto de no poder esperar a que sonara el despertador para, de un brinco, ponerse manos a la obra.

            Mientras preparaba una de las tres coladas diarias, Demencialwoman diluía la mezcla de pintura en la cantidad de agua indicada en la lata para darle una mano a las paredes, desayunaba un desacostumbrado café bien cargado y su habitual tazón de cereales de fibra que regulaban su taponado tránsito intestinal, leía las noticias de la prensa, actualizaba su estado en facebook, se hacía el selfie para instagram y retwiteaba un par de twits; se dedicaba a ordenar los dvds de las estanterías y, ya de paso, a limpiarles el polvo porque aunque les pasara el trapo a diario, las motas volvían a estamparse contra ellos sin la menor misericordia.

            El poder súper-limpiador sí que le habría gustado tenerlo. Su ampliado campo visual le mostraba una minuciosa panorámica de todo recoveco, pelusa a pelusa, casi ácaro a ácaro pero sin darle la opción de conseguir una solución definitiva contra el polvo.

            Y no es que fuera una maniática de la limpieza, sólo le enervaba lo infructífero de una tarea doméstica tan tediosa.

            Punto a punto, esas malditas manchitas negras que, de cerca, ya no eran ni tan pequeñas ni tan redondas, reaparecían por encima de la capa de pintura, como traspasándola, burlándose de Demencialwoman si volvía a pasar el rodillo sobre ellas.

            Una y otra vez, incansables, los irrespetuosos puntos brotaban de nuevo delante de sus narices.

            Todo el día estuvo pasando manos y manos de pintura al techo a la vez que cumplía su jornada laboral en “su” biblioteca –las bibliotecarias de pueblo tienden a olvidarse de que trabajan en un lugar público que, de ser de alguien, sería de todos los habitantes del pueblo, para considerarlo su dominio, su reino, su cárcel de oro como rezaba la copla–.

            Pero nada: los imborrables puntos no solo seguían ahí, sino que aumentaban de tamaño y hasta parecía que iban cambiando de forma. Como un caleidoscopio. Impertinente pero bastante hipnótico.

            Eso sumado al cansancio que arrastraba por la noche sin dormir y por haberse hecho omnipresente todo el día, brocha para arriba brocha para abajo, redactando la última guía de lectura, enviando mails y atendiendo las demandas de los usuarios; le hizo quedarse dormida en la escalera plegable a la que se había subido para pintar el techo de su habitación y perder el equilibrio cayendo de bruces contra el suelo.

            Le dolió solo la mitad, porque su otra yo se había dormido plácidamente sobre el mostrador de la biblioteca.

            Únicamente se dio por vencida a los dos meses, cuando el tamaño de los puntos negros terminó por cubrir toda la superficie del techo y empezó a bajar por las paredes.

            Ni aunque reamueblara toda la estancia con las novedades más coloridas del ikea más cercano conseguiría iluminar la profunda oscuridad en que había quedado sumida su habitación, la misma en la que ella cayó hacía ya algunos años.

            Antes acostumbraba a enclaustrarse los fines de semana en su santuario, a leer, a mirar cosas en Internet, a dibujar o simplemente a dormitar y holgazanear pero ahora, todo ese negro se le impregnaba como un pesado saco de tristeza y aquella habitación pasó de ser su santuario a ser su peor condena.

Ya no le parecía tan nimio el pensamiento del que seguía sin poder olvidarse. Tan obsesiva era la idea de una recaída que finalmente se le volvió a enquistar la pena patológica.

Sus súper-poderes resultaron ser tan ilusorios como su inquebrantable fortaleza.

           

           

4 comentarios:

  1. Está muy bien, genial casi. Cosas curiosas: ikea en minúscula e internet en mayúscula. Sugerencia: ya que osas a inventar palabras podrías tratar, como ejercicio creativo, también de definirlas...

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. No oso, cumplo una de las pautas que se establecieron para el superhéroe/heroína. Y en cuanto a lo de ikea e Internet, como la RAE no se pronuncia, nunca sé muy bien cómo escribirlas.

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