EL DESFACEDOR DE EJÉRCITOS
Un pretendido don Quijote de los tiempos actuales que
decidió ser casi su propia antítesis. Su autodestrucción. Un sacrificio
necesario para cambiar el mundo. Desfacedor de entuertos, pero no a golpe de
espada sino, adaptado a los nuevos tiempos, desfacedor de ejércitos. Una ardua
labor la que le esperaba en un mundo de guerra encubierta donde la democracia
se defiende con terrorismo de estado.
Lo primero era elegir un nombre acorde a la envergadura de
la batalla que le aguardaba como salvador del mundo... No era empresa fácil.
Pero en ese momento, en esa fase de su fluctuante estado de ánimo, la verborrea
era uno de sus puntos fuertes. Su poder de persuasión era completamente
irrefutable, y esto también le iba a ser de gran utilidad en la misión que se
había encomendado. Quizá recurrir al latín fuera buena idea: 'Desfacineratus'.
No, tal vez no. Bueno, a falta de otro...
¡Ya está! PACIFICATOR. No parece que suene demasiado mal.
Si no puedes con el enemigo, únete a él. Es una de las
máximas bélicas. Por consiguiente, la mejor manera de empezar era infiltrarse
en territorio comanche, no sin antes reclutar a su propio ejército: una persona
por cada país dotado de fuerzas armadas, casi todos en un mundo que defiende la
paz al modo que nos enseñaron los romanos, otra vez el latín, esta vez con más
acierto: Si vis pacem, para bellum. (Si quieres la paz, prepara la
guerra). ¿Y por qué nos empeñamos en que los romanos eran tan listos, si
dejaron caer su imperio en tres días?
Así pues, la cuestión, en un principio, era sencilla.
Bastaba con alistarse. Y no te piden muchos requisitos. Incluso ser corto de
mente es un valor en alza, así que por ese lado había que disimular. Una vez
dentro, hay que hacer volar los cimientos. Pero no con bombas -que
evidentemente están al alcance de la mano en un sitio como ése-, sino a base de
ideas, conceptos abstractos y universales, palabras bellas y poéticas, sueños e
ideales, utopías, delirios sin sentido, absurdas paranoias lúcidas como
parábolas... Eso no resultaría complicado para Pacificator con su asombrosa
cualidad del pensamiento acelerado.
No es muy difícil pasar desapercibido en un sitio en el que
la principal cualidad que se te exige es ser un hombre o una mujer gris, sin
destacar para bien o para mal. ¿Entonces cómo se conseguía ascender? Da igual.
Ése no era mi propósito. Un simple soldado raso basta para cumplir el objetivo.
Lo más complicado era comulgar con la disciplina absurda impuesta en ese
ambiente cerrado, hostil por naturaleza, como el escorpión que muerde a la rana
de la fábula, ver la cerrazón de mente de quienes llaman maricones a los
cobardes, moros, amarillos o rojos a los enemigos, nenazas a los sensibles,
pringaos a los débiles... Lo difícil es no perder la perspectiva al cruzar los
muros que separan los cuarteles del entorno que los rodea. Un entorno que no
tiene nada que ver. Hay siglos, años luz de diferencia. Lo de adaptarse a los
tiempos va contra los principios -que no sean morales no significa que no sean
principios- y la propia supervivencia de los defensores de las fronteras.
Pero la misión iba a ser rápida, así que no había mucho de
qué preocuparse. No conseguirían lavarnos el cerebro como a la mayoría. Era
cuestión de actuar con rapidez. Y mi mente era capaz de imaginar varios
escenarios posibles al mismo tiempo, una cualidad muy ventajosa frente a estos
tipos tan cuadriculados y obtusos.
Al toque de diana, nos quedaríamos en la cama. Si no
consiguen levantarnos gracias a nuestra fuerza de resistencia pasiva, iremos al
calabozo. Una vez que nos dejen salir, empezaríamos a delirar. A sembrar ideas
'raras' en las cabezas (decir mentes resulta inapropiado por exagerado en este
caso) de nuestros compañeros y mandos. Nos volverán a encerrar y vuelta a
empezar. Pero tarde o temprano, la gente empezará a sentirse confusa. Las
órdenes, además de completamente estúpidas como es habitual, se volverán
contradictorias. El desconcierto reinará en el cuartel, de ahí pasará a la
comandancia general y de ahí al mando superior y finalmente a la jefatura del
estado.
La semilla de PACIFICATOR está sembrada. Los cimientos se
tambalean.
El ministerio de defensa empieza a analizar la situación con
sus comités de supuestos expertos, hasta que finalmente, sin darse ni cuenta,
ni mucho menos vislumbrar que están cavando su propia tumba, se les encenderá
la bombilla: “Los ejércitos crean individuos inadaptados. Hay que poner fin a
los ejércitos”.
Misión cumplida.
Ya podemos vivir en un mundo en el que la paz y el desarme
son reales. Ahora sólo queda generar otro súperpoder para buscar otra forma de
solucionar los conflictos. Ese poder ya tiene un nombre: HIPERMEGATOLERANCIA.
Jose León


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